Desde hace más de 50 años, Jorge Manuel Uc Cervera, escudriña mediante su lupa de ojo el engranaje de las diminutas piezas de los relojes de pulsera y de pared para dejarlos a punto, en sincronía con los minutos y horas que marca el tiempo.

“Ser relojero no es un oficio, es una profesión”, comenta el señor de la Relojería Cervera ubicada en la calle 59 del Barrio de Santiago, quien detrás del separador del cristal, al amparo de una lámpara, trabaja con tal paciencia y serenidad que desquicia o calma a los espíritus inquietos.

Recuerda que hace años llegaba a Mérida un técnico suizo de nombre Daniel Fisher, quien convocaba a un curso-taller a mínimo 20 relojeros interesados en conocer más sobre la física, los materiales y las innovaciones en la fabricación de relojes tanto de pared como de pulsera.

En las paredes del taller cuelgan cajas de madera con manecillas de gran tamaño con su incesante tic tac, que a don Manuel, lejos de molestarle, le marcan –dice- el ritmo en quitar y reponer piezas dentadas, manecillas, biseles o agujas de los mecanismos de pulsera que requieren reparación.

“Para hacer este trabajo, hay que actualizarse, saber encontrar las refacciones, conocer de fondo los mecanismos de los relojes, los cuales han evolucionado, desde los de cuerda hasta los atómicos que hoy ya se utilizan”, expuso don Manuel con la voz de la experiencia que le ha dado el tiempo.

Menciona que ha tenido en sus manos piezas caras como los Rolex. Recuerda que hace unos días llegó un señor con un Bulova, cuyas refacciones costaban cerca de tres mil pesos. “El dueño lo pensó y prefirió llevárselo y comprar otro”, señala.

¿Es cierto que los relojes suizos son los mejores del mundo?, se le pregunta a don Manuel, quien sólo encoje los hombros y responde con ironía: “Eso dicen”. Para él, el valor de un reloj estriba en que marque con la mayor exactitud posible el tiempo. ¿De qué sirve un reloj caro que no marca bien las horas y los minutos?, pregunta al aire.

En su acuciosa tarea de relojero, don Manuel -como lo conocen por el rumbo- se da tiempo para asearse, presentarse pulcro y bien peinado a su taller todos los días. “Esta profesión –recalca-, lejos de perderse, está presente como nunca, porque la gente trae sus relojes de pulsera o los viejos de pared”.

Con tenacidad y experiencia, el señor de los relojes llega todos los días a su espacio para buscar en la maraña de piezas el defecto para resolver el problema. “Esto me gusta”, recalca con una sonrisa de satisfacción en los labios, con la sabia virtud de conocer el tiempo, como dijera otro don, el poeta Renato Leduc.

(Jesús Mejía)