Por María del Mar Boeta

Mérida, Yucatán.- Por esas vueltas que da la vida muchos convivimos con Millenials o de generaciones aún más abajo.

Creemos que no tienen nada qué enseñar, que lo sabemos todo, que nosotros ya estamos del otro lado, pero realmente, a veces se convierten en auténticos maestros sin querer serlo.

Platicando con ellos surgen algunas preguntas y reflexiones: ¿Alguna vez se han cuestionado lo que son, lo que realmente quieren? Creo que es una pregunta válida para cualquier tiempo y grupo generacional, porque los seres humanos podemos llegar a los 60 años y vivir con un sentir de insatisfacción diaria, aunque en apariencia tenemos “todo” lo que se necesita: una familia, un seguro de vida, una casa propia, automóvil, un trabajo que nos proporciona un salario (quizá no el justo, pero al fin y al cabo un dinero seguro cada quincena) y ahorros para la vejez.

Sin embargo, aun logrando todo lo anterior y cumpliendo todas las metas que nos enseñaron, está la sensación de “falta algo”. Y lo mismo se siente teniendo 27 que 37.

¿Nos hemos preguntado qué queremos, quiénes somos realmente, qué es lo que deseamos hacer y si lo estamos haciendo? Es posible, pero no, esa necesidad de ser aceptados nos impide ver más allá del molde en el que nos educaron. Tenemos miedo de decir: “Pues a mí no me interesa cambiar de coche cada año” o “no veo en mi futuro el ser madre o padre”.

Sabemos algunos nos voltearán a ver y nos cuestionarán, y muchas veces estas reacciones nos aterrorizan tanto que preferimos continuar alineados al molde.

Una vez alguien me dijo: Yo no entiendo qué es eso de ir bien por la vida…y la verdad, yo tampoco. ¿Por qué somos abogados, médicos, ecónomos, psicólogos, antropólogos, mercadólogos, arquitectos?  No me permitirán mentir, el “porque deja dinero” es uno de los principales razonamientos al escoger una carrera.

Muchas veces dejaremos que la vida nos lleve, obedecemos sus dictámenes y nos limitamos a simplemente, seguir. Y el morbo interno se satisface cuando alguien toma una elección diferente a la que “debe” ser según nosotros.

Conozco a alguien por ahí que es una persona excelente en todo, con un empleo que muchos soñarían, un matrimonio estable y que un día me dijo: “No soy feliz, pero no puedo hacer nada, mi familia me mataría, qué van a decir, con todo lo que ya estudié…”.

Es difícil liberarnos del miedo al rechazo de la sociedad. Si nos atreviéramos a ver más allá, nos daríamos cuenta que hay mucha gente dispuesta a respetar la individualidad y a la vez integrarla a la comunidad. El color del razonamiento de las personas que integran este mundo es muy variado y nos sorprendería ante lo positivo que nos podemos encontrar.

Sólo es atreverse a levantar tantito la cabeza y ser más conscientes de las decisiones que tomamos. Que la vida que decidamos vivir sea resultado del razonamiento interno, de nuestras convicciones, y que sea porque abrazamos la idea para nuestro bien. No por nuestro bien, según los demás.

Son aprendizajes que no tienen edad ni fecha de caducidad y que todos los seres humanos nos cuestionamos en distintas etapas de nuestra vida.