Mérida, Yucatán.-  Lo conocen como “El Ceibo de Itzimná”, un bicentenario árbol que sorprende a los transeúntes y automovilistas con sus más de 25 metros de altura, señalado como uno de los más grandes de esta ciudad de Mérida.

Con su tronco de casi dos metros de diámetro, el ceibo se erige desde hace unos 200 años en la calle 21 entre 20 y 22 de la colonia Itzimná y su fronda que se extiende por extensas ramas prodiga una sombra que abarca casi media cuadra y un conjunto de inmuebles.

“El Ceibo de Itzimná” imprime en ese rumbo el verdor, el paisaje natural de hojas ramificadas  a todos los puntos cardinales, con un follaje que obliga alzar la vista al cielo; es en síntesis, un prodigio que, lejos de morir, se renueva de manera constante y sobrevive pese a la mancha urbana que devoró su entorno.

La señora Carmen Carrillo, trabajadora de una tienda de artículos relacionados con el Esoterismo, da cuenta del atractivo que el árbol de gran tamaño representa tanto para los yucatecos como para el turismo nacional e internacional.

ceibo_itzimna2Menciona que el árbol, denominado “Ceiba de Itzimá”, es depositario de la famosa leyenda de la Xtabay, porque hay vecinos del rumbo que comentan que junto al tronco o detrás de él se esconde el ánima de esa mujer que enloquece a los hombres.

En sus comentarios, la señora desprende parte del imaginario popular de que en el tronco de gran diámetro se esconde un duende o aluxe, de tal forma que hay vecinos que dejan unos dulces, chocolates y frutas pequeñas al pie del ceibo para que se “alimente”.

El turismo también expresa su admiración al árbol, ya que en ocasiones, al ser transportados por el turibus o la “guagua”, piden estacionarse y se dan tiempo para tomarse fotografías junto al famoso Ceibo o Ceiba de Itzimná.

De contar con guía informado, éste señala las figuras que proyecta la base del tronco, la cáscara y las estrías de sus ramas, entre ellas, las de un venado, una tortuga, un gorila, las patas de un elefante y un sinfín de rostros fantasmales que quedaron grabados en el sempiterno árbol.

Hace unos cuatro años, una rama se quebró y destruyó la barda de la casona de enfrente sin que hubiese víctimas. “Fue un reclamo –dijo un vecino- porque estamos destruyendo y quitando árboles de gran tamaño, de los que ya casi no existen en la ciudad”.

(Jesús Mejía)