Mérida, Yucatán.- Texto publicado por el escritor Hernán Lara Zavala, con el título ‘Cuba y Yucatán’, que relata uno de los pasajes de la presencia de Fidel Castro en Yucatán, previo a los inicios de la Revolución Cubana.

II

Ese sábado en la noche del año de 1955 que la guagua se detuvo en el pueblo de Valladolid con rumbo a Mérida y se subió un hombrón de más de uno ochenta de estatura, el grupo de jóvenes maestras de educación preescolar que venía de Tizimín sintió un raro nerviosismo que se manifestó con risillas, tosecitas y miradas furtivas. Desde su lugar cada una de las profesoras lo fue siguiendo con la vista mientras él buscaba asiento con el anhelo de que el hombre aquel se sentara a su lado. Pero el desconocido de cabello rizado, cabeza gacha para no tocar el techo, peinado hacia atrás y con un bigotillo a la Arturo de Córdova pasó mirando perspicaz a uno y otro lado del autobús hasta que por fin decidió tomar asiento junto a Lía, una joven de cabello castaño y nariz recta y prominente, hija de una conocida familia de Mérida que, como muchas de sus compañeras, viajaba diario a Tizimín a impartir clases en algún kínder pues en la capital ya no había vacantes. Lía era la segunda hija de la familia Cámara Blum; su hermana Socorro, la mayor, no se había interesado por los estudios y desde hacía años se ocupaba en ayudarle a su madre en las labores del hogar; Lía, que desde niña se reveló como alumna destacada, había concluido ya la carrera de educadora y hacía sus pininos en el kínder Otilia López en Tizimín. 

Ligia, la hermana menor todavía estudiaba secundaria pero ya manifestaba una enorme facilidad para tocar el piano que aprendió de oído de tan sólo observar a su hermana Lía tomar clases con una profesora particular.

Cuando el desconocido se sentó junto a Lía sus compañeras se volvieron a mirarla con picardía y complicidad aunque ella no hizo el menor caso y permaneció seria mirando su reflejo por la ventana con la nariz al aire. Al poco rato él inició la conversación que duraría todo el trayecto hasta Mérida. Ese hombre, que en principio dijo llamarse Alejandro González, no era otro que el mismísimo Fidel Castro que había viajado clandestinamente de La Habana a Yucatán para indagar por dónde podría embarcarse rumbo a Cuba con el anhelo de derrocar a Fulgencio Batista luego del fallido golpe al cuartel Moncada el 26 de julio del año de 1953. La estancia de Fidel en la península fue secreta, relativamente breve y azarosa y el escritor Joaquín Tamayo ha escrito una magnífica crónica en su libro La fiesta de la anécdota en la que relata los pormenores de ese viaje y el romance que sostuvo Fidel con Lía que, aunque no pasó a mayores, dejó una profunda huella en la vida sentimental de ambos personajes. Resulta claro que durante ese viaje Fidel no podía distraerse con una aventura amorosa así que dedicó la mayor parte del tiempo a indagar sobre la profundidad de los mares en diversos puertos de la península, a buscar una embarcación que sirviera a sus propósitos y a establecer relaciones con otros cubanos radicados en Yucatán así como con yucatecos simpatizantes con su causa. De acuerdo con Joaquín Tamayo durante esa misma ocasión coincidió en algún momento con el Che Guevara que vino a Yucatán a pasar una segunda luna de miel con Hilda Gadea, su primera esposa. Juntos, Fidel, el Che e Hilda recorrieron las principales ruinas de la zona maya para luego tomar caminos separados con la consigna de encontrarse en algún lugar estratégico de México y proseguir su lucha.

De Mérida Fidel Castro viajó a la ciudad de Campeche rumbo a Veracruz. De ahí partió a Nueva York donde organizó una exitosa campaña con los cubanos refugiados en Estados Unidos y en la que logró reunir 160 mil dólares. De Nueva York regresó a Campeche para visitar los principales astilleros de la zona en busca de una embarcación que pudiera servir a sus propósitos. No la encontró allí ni en Yucatán sino en Tuxpan, Veracruz, donde, según Tamayo, tuvo noticias de un barco varado en el río con bandera mexicana que le compró a un norteamericano de nombre Robert B. Erikson con parte del dinero que había reunido en Nueva York. Fue así, según la interesantísima crónica de Tamayo, como Fidel y su guerrilla zarparían en el legendario Granma rumbo a Cuba entre el 24 y 25 de noviembre de 1956 para iniciar su revolución contra Batista. Yucatán fue pues la primera tierra mexicana en la que Fidel puso pie cuando se exilió de Cuba después de haber estado en prisión.

(Foto: Granma.cu)

(Publicado en la Revista de la Universidad de México, en febrero de 2010. UNAM)