Karmele Gómez Garmendia es licenciada en publicidad y relaciones públicas y trabaja como profesora en la escuela de estrellas del Planetario de Pamplona. A setecientos kilómetros de ella vive Juan Antonio Chica, licenciado en filología inglesa y lingüista. Ambos son muy diferentes entre sí, pero tienen algo en común que los hace especiales: su sinestesia.

Los dos ven un mundo de color que no podemos detectar la mayoría de los mortales, aunque cada uno lo hace de una forma diferente. Para Juan Antonio, el idioma español tiene un color terroso dorado. Karmele ve como la estancia se inunda de azul cuando saborea una nueva marca de galletas. Ambos ven la letra ‘a’ de color blanco, pero la ‘e’ de Karmele es verde y la de Juan Antonio roja. Entonces, ¿a qué se debe esta visión tan particular? Muchos científicos están detrás de dar una respuesta exacta a esta pregunta; aunque, por el momento, la sinestesia sigue en buena parte rodeada de un gran halo de misterio que la convierte en algo todavía más mágico.

Colores que se oyen y sabores que se ven

La palabra sinestesia proviene del griego y está formada por la unión de los vocablos “sin”, que significa junto y “aísthesis”, que se traduce como sensaciones, por lo que en su conjunto puede traducirse como “sensaciones juntas”. Desde muchos siglos atrás se ha usado en literatura, como figura retórica, cuando se asocia una sensación a un sentido con el que normalmente no está vinculada. Por ejemplo, se puede ver en los siguientes versos de Quevedo:

Retirado en la paz de estos desiertos,
Con pocos, pero doctos libros juntos,
Vivo en conversación con los difuntos,
Y escucho con mis ojos a los muertos

Pero la sinestesia no es solo cosa de poetas. La mayoría de personas responden con un único sentido a un estímulo concreto. Por ejemplo, ven los colores a través de la vista y escuchan sonidos a través del oído. Sin embargo, en el caso de los sinestésicos, el estímulo, conocido como inductor, da lugar a una experiencia adicional que no se ha estimulado, conocida como concurrente.

Normalmente se manifiesta por la aparición de colores y formas vinculados a los sentidos del oído, el olfato, el gusto o el tacto, aunque también existen otras más raras, como la tacto-espejo en la que el sinestésico experimenta las mismas sensaciones que otra persona a la que está viendo en ese momento. Por ejemplo, si la otra persona siente dolor, el sinestésico también lo siente. No debe confundirse con la empatía, pues no es que sufra emocionalmente, sino que también se le activan las regiones cerebrales relacionadas con el dolor.

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