Mérida, Yucatán.- Para el reconocido escritor coahuilense, Armando Fuentes Aguirre “Catón”, todas las teologías del mundo se pueden resumir en tres palabras: Dios es amor y religión que no predica el amor, es propaganda y negocio.

En la presentación de su libro “Teología para ateos” (Grupo Planeta), el autor expuso que mediante su reciente trabajo literario busca ensalzar la importancia del afecto, por eso, mencionó que el predicador que se precie de serlo debe predicar el amor.

Catón, uno de los escritores más esperados en la Feria internacional de la Lectura (FILEY), sin polemizar sobre las religiones, asumió que todas deben tener como fin la predicación del amor e, incluso, dijo que también los ateos que son buenos tienen un lugar en el cielo en donde no está Dios para que no se sientan mal de su equivocación.

Con su peculiar estilo jocoso y bromista, Fuentes Aguirre recordó haberse formado en su infancia escolar en instituciones religiosas, donde le enseñaron a tenerle miedo a Dios.

“Me lo presentaron como un señor castigador, un juez que nos esperaba después de la muerte para un juicio y emitir un castigo que podía ser la condenación eterna”, puntualizó.

El Dios del Antiguo testamento, manifestó, tenía una fértil imaginación para encontrar maneras de joder a los humanos mediante diluvios, confusión de lenguas, quema de ciudades, plagas de langostas y ángeles exterminadores que mataban a los hijos.

En cambio, añadió ante un pletórico auditorio, el Dios del Nuevo testamento es de amor. La diferencia, es que el primero no tenía madre y el segundo sí, aclaró, y sobrevino una ola de carcajadas de los asistentes.

Catón remarcó en su exposición la importancia del amor, sentimiento que definió como algo inefable, palabra que sirve para describir todo aquello que no se puede traducir en palabras pero se siente al interior de nosotros.

El escritor prefirió sobre la frase “no hagas a otro lo que no quieras para ti”, la de San Agustín: “ama y haz lo que quieras”, porque aquel que ama, apuntó, es incapaz de hacerle daño al ser amado.

“Si algo me ha enseñado la vida, es que venimos a este mundo a ser felices ya dar felicidad a los demás”, comentó el coahuilense, quien insistió en que la vida que no se finca en el amor, del que deriva el bien, es estéril e infecunda.

Y como dosis para la felicidad, el escritor esgrimió unos consejos de su abuela: “beber sin emborracharse; amar sin sufrir las pasiones; comer sin indigestarse; con nadie pelearse y a veces desbalagarse con discreción y sin desacreditarse”.

(Jesús Mejía)