Por Teresa Pérez

Una negación colectiva fue mi peor enemigo…

Ciudad de México.- Al más leve síntoma, arrasa cualquier discurso para silenciar la realidad de un enfermo de Covid-19, aun cuando los casos de contagio aumentan exponencialmente en el país; aun cuando la muerte toca incansablemente las puertas; aun cuando a un familiar enfermo duerma en casa, lo negamos. Lo escondemos de lo público. Lo volvemos invisible.

¿Por qué?
Ignorancia y miedo son más letales que cualquier enfermedad que aqueje a un individuo. Y es que el encierro, las modificaciones abruptas en nuestro día a día y el cierre de todas las actividades rompieron en pedazos lo cotidiano.

Nadie tuvo tiempo de asimilar esta nueva normalidad de no tener contacto con alguien, de no reunirse con la familia o amigos, de saludar de codo o de pie, de negar un abrazo o un beso a tus seres queridos. Nadie estaba preparado para vivir la etapa laboral y escolar dentro de casa. Para convivir en familia 24/7. Nadie esperó que la cuarentena superara la barrera y se duplicaran los días de encierro.

Hoy, nos mantiene aislados un virus que no sabemos cuándo bajará su intensidad de contagio. El mapa de riesgo en el país sigue en rojo o naranja y el número de muertes supera cualquier pronóstico de las autoridades. La propagación sigue en ascenso y la falta de cordura y de responsabilidad ciudadanas también. No importa cuán sombrío es el panorama porque la gente sigue su “normalidad”; sí, esa que es anormal para quienes sí se cuidan.Salen a comprar pizzas, a visitar a familiares, a celebrar cumpleaños; buscan cualquier pretexto que los mantenga fuera de casa. El encierro no es una opción. Para ellos no hay virus, pero si de casualidad se aparece “vive” lejos de su hogar. Se creen invencibles.

No hace mucho, en la Cdmx las autoridades le apostaron a las pruebas masivas para frenar el contagio: servidores públicos se disponían a pasar casa por casa a tomar muestras; los policías saldrían “armados” con cubrebocas para repartirlos entre los ciudadanos; el transporte colectivo tomaría un sinfín de medidas para lograr la sana distancia.

Pero no es suficiente. Aquí seguimos los que estamos aislados, los que vivimos intentando volver a la normalidad, esa que te esconde la mano porque desconfía de saludarte de mano, la que prefiere una videollamada a una visita. La que duda de si superaremos esta batalla. La que, ahora, piensa si seremos inmunes los que tenemos el virus o si nuestra familia logrará inmunidad de rebaño.

Las dudas se replican como los contagios; vienen cargadas de miedo e incertidumbre, porque lo único cierto es que nadie está exento de enfermarse, sí, aún en el encierro, porque también dentro de casa somos vulnerables…