¿Cuánto mide una autobiografía? Tal vez pueda sintetizarse en una viñeta. Hay una de Mafalda en la que Guille, con las paredes de toda la casa recién garabateadas, le pregunta a su madre, que mira el paisaje atónita: “¿No ez increíble todo lo que puede tened adentro un lápiz?”. Algo de eso habrá sentido Quino la noche de 1935 que sus padres lo dejaron a él y a sus dos hermanos al cuidado de su tío para ir al cine. Ese tío, pintor y dibujante publicitario, decidió que entretendría a sus sobrinos haciéndoles dibujos. Quino tenía tres años y esa noche mendocina supo que él también dibujaría.

Incluso con toda esa determinación, era imposible saber que sus viñetas se traducirían a más de 35 idiomas y que, sólo de la mano de su creación más inagotable, lograría que uno de cada dos argentinos tuvieran un libro suyo. Poner en números el legado de Quino, que murió hoy a los 88 años tras haber sufrido un ACV la semana pasada, es más un vicio periodístico que un acto de justicia: ni esos números -ni estos 16.000 caracteres- alcanzan.

Pero para que esa obra cobrara notoriedad faltaba tiempo. Antes, a los 6 años, Quino decidió que se dedicaría a las historietas. Y cuando notó que para eso tenía que saber leer y escribir, soportó ir a la escuela primaria: no le gustaban las clases y era demasiado tímido como para hacer amigos.

A los 9 hizo un pacto con la madre: ella accedió a que él dibujara sobre la mesa de álamo de la cocina si él la cepillaba cada vez que terminaba. A los 10 se enamoró de Mirtha Legrand y cuando tenía 12 su mamá, andaluza y republicana, murió de un cáncer largo.

(Información completa: Clarin.com)