Muy queridos hermanos y hermanas, estas palabras son las que pronunciaron los ángeles para anunciar a los pastores la Buena Noticia, es decir, el Evangelio del nacimiento del Niño Dios. Veamos en esto un signo profético del nacimiento de la Iglesia, que habría de nacer en Pentecostés, pero que ya nace al nacer el que será su Cabeza. Luego de que los ángeles se retiraron, los pastores se dijeron unos a otros: “Vayamos a, pues a Belén, a ver lo que ha sucedido y el Señor nos ha manifestado” (Lc 2,15). Ellos van juntos, y van con sus rebaños, y en esto vemos significada a la Iglesia que va a postrarse ante el pesebre y que encuentran a María, a José y al Niño (Cf. Lc 2,16).

Pero también en los pastores vemos representados a los pobres de ese tiempo, y a los pobres de todos los tiempos. Un signo claro de que el Reino de Dios ha llegado es este: “Los pobres son evangelizados” (Cf. Lc 7,22). El nacimiento del Hijo de Dios en carne humana, por obra del Espíritu Santo, de María Virgen, manifiesta al mundo la gran Misericordia de Dios para con el ser humano, misericordia que llegará al extremo de la cruz, “para que todo el que crea en Él tenga vida eterna” (Jn 3,15). Vayamos también nosotros, como miembros de la Iglesia, a postrarnos ante el Niño que nos ha nacido, y vayamos de paso anunciando la buena nueva a los pobres. Vayamos por el mundo haciendo de las palabras angélicas una actitud de vida, reconociendo al único que merece “GLORIA”, y ofreciendo a todos sus hijos, nuestros hermanos, el don de la “PAZ”, que Él, en persona, nos vino a traer.

Hermanos y hermanas, en este Año de la Misericordia, contemplemos el rostro misericordioso de Dios, en ese Niño Divino del pesebre. Vayamos en comunión, superando todo individualismo y egoísmo, que tanto nos afecta en el mundo actual. Descubramos el signo eucarístico que se esconde en este hecho, pues el pesebre es el lugar donde se encuentra el alimento seguro para el rebaño. Jesús, ofrenda eucarística, se nos ofrece en alimento. Qué mejor forma de celebrar la Navidad que acercándonos al perdón misericordioso de Dios en el confesionario, y a compartir el Pan de la vida en el banquete de la Eucaristía.

Que estas fiestas de la Navidad sean, para todos ustedes, portadoras de paz y de gozo, en la convivencia familiar. Que podamos festejar sin excesos y, sobre todo, sin olvidar al Festejado, al Hijo de Dios que nació para salvarnos. El intercambio de regalos tiene sentido cristiano cuando lo hacemos movidos por el interminable gozo por el Regalo enorme que el Padre nos ha dado en la persona de su Hijo. Y tú, ¿qué les vas a regalar a Jesús en esta Navidad? No necesitas dinero para regalarle a Jesús. Pero no le regales migajas, regálale tu corazón entero, dáselo todo a Él, y así tendrás un corazón misericordioso para darte por entero a los demás como regalo.

Encontremos también junto al pesebre a María y a José, e imitemos la contemplación que ellos tienen viendo a su Hijo recién nacido. Nadie jamás podrá contemplar al Hijo de Dios, como lo contemplaron María y José en aquella noche, sin acabar de entender el Misterio que estaba frente a ellos, Misterio que dura para contemplarlo en la eternidad. Hoy por hoy, el hombre se cree capaz de indagar y de llegar a descubrir todo lo que tiene frente a sus ojos. Pero para los hombres y mujeres de fe, está siempre la sencillez del corazón de un niño, que no entiende todo lo que ve, sólo lo disfruta y se abre a los brazos de sus padres. Aprendamos de los niños en esta Navidad.

A todos mis sacerdotes y diáconos, a los consagrados y consagradas, a mis seminaristas y sus familias, a todos los laicos comprometidos, les deseo una muy feliz Navidad, y a nombre de todos ellos, les deseo también lo mismo a todos los hombres y mujeres de buena voluntad en este Estado de Yucatán. Dios les bendiga.

+ Gustavo Rodríguez Vega

Arzobispo de Yucatán