Si las paredes de nuestras casas fueran más delgadas, casi la mitad de la población de México no podría dormir por tanto ronquido. En México hay unas 40 millones de personas con trastornos de sueño. El insomnio y la apnea del sueño, cuyo síntoma más común es roncar, son los más comunes aquí y en el resto del mundo.

La apnea puede tener desenlaces fatales cuando se asocia con la obesidad, aunque muchos mexicanos no saben que deben tratarla. Quien la padece deja de respirar momentáneamente, lo que puede desembocar en infartos o embolias. La molestia del ronquido, en realidad, es casi lo de menos.

El doctor Reyes Haro Valencia, director del Instituto Mexicano de Medicina Integral del Sueño, afirma que aunque en el mundo el trastorno del sueño más común es el insomnio, en México el más frecuente es la apnea obstructiva del sueño, los famosos ronquidos.

Apnea del sueño es cuando dejamos de respirar mientras dormimos, con lo cual quedan sin oxígeno órganos vitales que pueden dañarse.

Entre las consecuencias de dejar de respirar al dormir están la irritabilidad, la pérdida de libido, embolias o infartos. En los niños provoca incapacidad para concentrarse y aprender y mala memoria; frena el crecimiento y puede generar baja estatura.

“En México somos un país de roncadores toda vez que somos las personas en el mundo con mayores índices de sobrepeso y obesidad, que son los principales factores de riesgo para padecer apnea”, indica el doctor Reyes Haro.

LOS RIESGOS QUE TRAE EL SOBREPESO

La apnea está íntimamente ligada a la obesidad: el peso de la grasa que se acumula como tejido adiposo y rodea los músculos del pecho aplasta el diafragma al respirar.

Además, el aumento de la cantidad de grasa en la zona del cuello hace más difícil respirar. Al detenerse el flujo del oxígeno a órganos vitales como el corazón, el cerebro y los pulmones, éstos funcionan más lento. Cuando se reinicia la respiración, acompañada de un ronquido, se aceleran los órganos y se altera su ciclo de funcionamiento. Como la persona tiende a moverse para poder recuperar la respiración, es incapaz de llegar a los estados de sueño profundo.

De acuerdo con las cifras del Instituto Mexicano de Medicina Integral del Sueño, 6 de cada 10 hombres roncan, y 4 de cada 10 mujeres.

Las estimaciones podrían quedarse cortas si se considera que México tiene un estimado de 85 millones de personas con obesidad y sobrepreso. Es un ciclo fatal: la falta de sueño implica que no se produzcan en cantidad suficiente las hormonas que generan la sensación de saciedad al comer y así se provoca una ingesta mayor de alimentos.

Luego, la necesidad de mantenerte alerta durante el día lleva a ingerir más calorías y estimulantes, como el café y los refrescos de cola, que repercuten en más problemas para dormir.

El especialista cita el ejemplo de una persona que deja de respirar un minuto, varias veces. Esas pausas en la respiración provocan alteraciones en el funcionamiento del corazón, lo que puede llevar a arritmias cardiacas y desembocar en un infarto. Éstos, aclara, pueden conducir a eventos cerebrovasculares, como embolias, por la falta de oxígeno en el cerebro. “La obesidad por sí misma aumenta las posibilidades de infartos o embolias.”

Reyes Haro cita el caso de la actriz Carrie Fisher, quien murió por un infarto consecuencia de la apnea.

TIEMPO QUE NO SE RECUPERA

El deterioro en la calidad de vida está presente en todos los ámbitos de quien no duerme bien. “Muchas personas piensan que lo que no durmieron en la semana lo pueden recuperar el fin de semana y no hay nada más alejado de la realidad. No se recupera el sueño perdido”, dice el doctor Haro Valencia.

Las consecuencias de dejar de respirar mientras se duerme dependen de la edad. Tanto niños como adultos no podrán concentrarse con facilidad y tendrán problemas de memoria, irritabilidad, dolor de cabeza y de cuello.

La somnolencia aumenta el riesgo de accidentes, retrasos en el trabajo o, incluso, ausentismo laboral. Por otra parte, la falta de sueño afecta el desempeño sexual dado que disminuye la libido. “Es algo con lo que convencemos a los jóvenes (de) que se atiendan”, comenta Reyes Haro.

LAS SIESTAS NO SON LA MEJOR OPCIóN

La doctora Yoaly Arana, coordinadora de la Clínica de Trastornos del Sueño de la Universidad Autónoma Metropolitana, explica que las siestas no sirven tampoco para compensar el sueño nocturno.

“Se pueden tomar de 15 a 30 minutos de siesta, pero no más”, aclara. La especialista explica que en 15 minutos, el cerebro descansa y logra reestablecer sus funciones, como cuando se reinicia una computadora; sin embargo, al dormir más tiempo se corre el riesgo de despertar más cansado.

No sólo las personas con obesidad pueden desarrollar apnea obstructiva. Otros factores que deben tenerse en cuenta son los antecedentes familiares de colesterol alto, diabetes y problemas con triglicéridos. El consumo de alcohol y de otros estimulantes que relajen los músculos también podrían coadyuvar en una apnea.

La doctora Yoaly Arana explica que el insomnio es la incapacidad para conciliar el sueño o mantenerlo y se presenta mayormente en mujeres.

Existen dos tipos: primario, que se puede resolver con terapia conductual, es decir, modificando los hábitos de la persona: y secundario, que es aquel que se presenta como un síntoma de otra enfermedad, como ansiedad o depresión y cuyo tratamiento dependerá de la enfermedad que lo provoca.

El insomnio puede volverse crónico, alerta la especialista, y se agrava más si las personas se automedican y/o si toman píldoras para dormir.

De acuerdo con cifras proporcionadas por Reyes Haro, el estimado es que 4 de cada 10 mujeres tienen insomnio por 2 de cada 10 hombres. Las principales repercusiones tienen que ver con el equilibrio emocional de las personas, puesto que el insomnio puede provocar ansiedad secundaria, temor a enfermarse e, incluso, en casos graves, tener crisis de pánico.

De uno a otro lado de la cama, boca arriba o boca abajo, en posición fetal, no importan la postura, lo que la gente busca es dormir, aunque, a veces, mucha no lo consigue. Es el caso de Rosa Fonseca; tiene 47 años, tres hijos y sólo logra dormir por las noches entre tres y cuatro horas.

“Me despierto como pensando que ya se me hizo tarde, que ya dormí mucho. Luego me doy cuenta que no, que son apenas las 4 de la mañana y que el sueño se me fue. Me pongo a pensar en todo lo que tengo que hacer: en mis hijos y en lo que debo. A veces logro volver a dormir, a veces… Otras no, y así debo continuar mi día”, dice Fonseca, quien lleva así más de un año.

Ella asegura que no ha buscado ayuda porque es un “problema normal: No es nada del otro mundo, a veces se le va a uno el sueño. A toda la gente le pasa, con esta vida, cómo queremos dormir”, afirma.

Otra historia es la de Martha Viana García, de 61 años, quien cuenta que sufre de insomnio desde hace cinco años aunque no es diario. “Me da una o dos veces a la semana. No es que me duerma y me despierte, es que no puedo dormir, pero en el día no me da sueño, me siento bien, manejo perfectamente, no me siento adormilada”.

Por mucho tiempo se lo atribuyó a la edad porque “ya ves que dicen que cuando uno es más viejo duerme menos”. Sin embargo, ella sí decidió buscar la opinión de un especialista:

“Mi doctora me dice que cambiaron mis ritmos circadianos, que por eso no me puedo dormir en las noches, lo que me sugiere es que a la hora en que me despierte me ponga hacer algo, como ejercicio, y que cuando me dé sueño, ya sea a las 2 de la mañana o 12 de la tarde, me duerma, pero no me da sueño”, cuenta Martha.

En otra situación se encuentra Eduardo Israel Romo López, escritor de 38 años de edad, quien fue diagnosticado con narcolepsia.

“En la primaria empecé a tener problemas para mantenerme despierto, cuando estaba en espacios cerrados con mucha gente, me daban crisis de sueño y yo veía cómo todos se podían aguantar el sueño, pero yo no podía, al punto de que me quedaba dormido parado o en situaciones muy peligrosas”, cuenta Eduardo.

Su problema se complicó en la adolescencia; cuando tenía 17 años chocó por quedarse dormido, así que decidió pedir ayuda, pero se llevó una sorpresa al descubrir que no había cura. “En mis tiempos, cuando yo era joven, no se sabía mucho de los problemas del sueño. Básicamente era experimentar contigo, la verdad es que a los 15 años no quieres que nadie experimente contigo, los mandé al diablo y traté de hacer mi vida lo más normal posible. Aprendes a dormir a escondidas del mundo”, comenta.

Para Eduardo, la enfermedad tiene algo de comedia. “Te puedes quedar dormido mientras tienes sexo con tu novia o cuando estás recibiendo un premio, aprendes a vivir así, te haces de tus mañas. Lo que hago es mantener un ritmo de vida un poco ágil, siempre he realizado deportes, oxigeno mi cerebro para soportar las crisis y así tratar de no ser tan raro”.

(elsiglodetorreon.com.mx)