Por Jesús Mejía

Mérida Yucatán.- A sus 78 años de edad, don Gilber Rolan Valencia Braga realiza una labor importante que nadie quiere hacer: la de sepulturero.

“Es un trabajo ingrato porque hay quienes nos tratan con prepotencia, incluso con groserías, pero hay otros que sí comprenden nuestro trabajo y nos dan propinas”, narra el veterano.

Junto con un grupo de seis colegas se dedica a la noble e incomprendida faena de enterrar a los difuntos, sobre todo en el Cementerio de Xoclán donde realizan, dice, de 10 a 15 entierros diarios.

Don Gilber es un hombre sencillo, amable, de bigote. Nada que ver con las siluetas de Caronte o de la muerte con la guadaña. Los cerca de 40 años en esa labor no han hecho mella en su carácter accesible y amistoso.

Comparte ser el más antiguo sepulturero del Ayuntamiento de Mérida, por lo que de vez en cuando también le toca “jugársela” y se refiere a la ingrata tarea, que se hace con especialistas forenses, de exhumar o sacar los cadáveres cuando hay una orden de autoridad judicial.

“Nosotros sólo tenemos que sacar la caja, el sarcófago, con el muertito, el cual llega a pesar entre 150 y 250 kilos”, señala.

Oriundo de Mérida, don Gilber Rolan comenta que el trabajo de enterrar a los fammeo es, con toda la experiencia, de mucha tristeza.

“Uno no puede ser ajeno al llanto, a las lágrimas de una muchacha o muchacho por la muerte de su padre o su madre y tampoco la gran tristeza que muestra la gente cuando se va un ser querido”, describe el ya casi octogenario.

“La muerte es algo muy triste, aun cuando sabemos que es una condición natural de la misma vida”, reflexiona.

El enterrador explica que colocan los féretros, lo mismo en bóvedas que en fosas de 1.90 metros de profundidad, –que es lo que marca el reglamento–, con apoyo de sus compañeros, entre ellos Tomás Quijano, Héctor Maas y Carlos Chi.

Reconoce que algunas personas se enojan por el costo de la inhumación que es arriba de los 600 pesos, aunque aclara que es tarifa municipal.

Pasa la mayor parte de su vida en los panteones, donde lo mismo realiza labores de limpieza de lápidas y floreros que restauración de las criptas y mausoleos.

Además, el hombre apoya en los entierros tanto en el Panteón General y el Florido como en los camposantos de Chuburná, del Jardín de Paz y Xoclán.

La pregunta es obligada: ¿Ha visto usted almas en pena, alguna Llorona o espíritus que busquen consolación y paz? De inmediato, truena la boca en señal de rechazo, y afirma que lo único que ha observado en 40 años es a raterillos o delincuentes que quieren robarse cosas de los panteones.

Pese a su edad, don Gilber Rolan es un hombre robusto. Sus brazos, aunque estriados con la marca del tiempo, lucen fuertes, y son sus principales herramientas de un oficio antiguo que nadie quiere hacer.