Ataques de pánico, problemas para respirar, recaídas que la dejan de cama 14 horas seguidas: A los 35 años, Marissa Oliver sufre pensando que el COVID-19 podría costarle la vida, pero le cuesta hablar sobre la enfermedad, sus temores y su ansiedad.

La ayuda el “Café de la Muerte”, un encuentro vía Zoom de personas dispuestas a explorar su mortalidad y el impacto de la muerte en la vida, preferiblemente acompañados de una taza de té y un pedazo de torta.

“En el Café de la Muerte, nadie se apena”, expresó Oliver, a quien se le diagnosticó el virus en marzo. “Ahora estoy escribiendo todo lo que quiero lograr en la vida”.

Los Cafés de la Muerte son parte de un movimiento que alienta una actitud positiva frente a la muerte y promueve conversaciones acerca del dolor, el trauma y las pérdidas. En casi 100 países se realizan este tipo de encuentros, que en medio de la pandemia del coronavirus se trasladaron a la internet.

El costo que tiene el virus y el aislamiento social que provoca han abierto viejas heridas en mucha gente. Algunos de los participantes en las charlas lidian con la muerte de seres queridos por el COVID-19, cáncer y otras enfermedades. Y hay quienes plantean muertes metafóricas, como el fin de una amistad, de un romance o enfermedades crónicas.

En una charla reciente, un individuo de 33 años contó que no había podido disponer de las cosas de su esposa, fallecida hac-ia seis meses por un cáncer. Una mujer que se sometió a un trasplante de corazón hace 31 años describió la paz que siente tras decidir no someterse a otro a pesar de que el órgano donado se está deteriorando.

A Jen Carl, de Washington, la pandemia le hizo revivir los 11 años de abusos sexuales que padeció de niña, el consumo de drogas y alcohol por parte de su padre y su muerte hace seis años. Contó que compartir su historia y escuchar las de otros en los Cafés de la Muerte la han ayudado.

“Me siento más tranquila, aliviada, cuando participo en círculos de gente que habla de cosas reales de la vida y no tratan de evitar temas incómodos”, expresó Carl en una charla reciente.

“Participé en un par de llamadas de Zoom con amigos cercanos que generalmente no tienen reparos en hablar de cosas duras, pero cuando surge el tema del COVID, dicen ‘estamos pasando un buen momento, no hablemos de eso’. Es algo que me molesta mucho”.

Inspirado por el sociólogo y antropólogo suizo Bernard Crettaz, quien organizó su primer “cafe mortel” en el 2004, el finado programador de la web británico Jon Underwood perfeccionó el modelo y organizó su primer Café de la Muerte en su casa de Londres en el 2011. La idea se popularizó rápidamente y empezaron a surgir grupos en restaurantes, cafés, casas y parques en Europa, América del Norte, Australia, el Caribe y Japón.

Underwood falleció súbitamente a raíz de una leucemia que no había sido diagnosticada en el 2017, peo su esposa y otros parientes continúan su trabajo. Mantienen el portal Deathcafe.com en el que organizan las charlas.

Una diferencia importante entre los Cafés de la Muerte y los grupos de apoyo tradicionales es que se da cabida a todo tipo de relatos, en un ambiente ligero, de gran diversidad. Participan personas de todas las razas, géneros y edades, desde gente que tiene un pariente que se está muriendo hasta personas que sufren la pérdida de un familiar o amigo que se suicidó.

Los Cafés de la Muerte no tratan de resolver problemas o encontrar soluciones, sino más bien alientan a la gente a compartir su dolor como una forma de salir adelante. Generalmente no admiten más de 30 personas, se reúnen una vez al mes y aceptan curiosos, gente que no lidia con la pérdida de alguien pero de todos modos quiere hablar del tema.

La psicoterapeuta Nancy Gershman, especializada en el dolor causado por la muerte, organiza Cafés de la Muerte en Nueva York desde que llegaron a Estados Unidos en el 2013.

“Son un lugar en el que se reúnen extraños para hablar de cosas relacionadas con la muerte, de las que no pueden hablar en ningún otro sitio, ni en sus casas, ni con compañeros de trabajo ni con su mejor amigo”, dijo Gershman.

La enfermera Nicole Heidbreder es una comadrona que ayuda en los nacimientos y también en los últimos momentos de una persona. Lleva cinco años organizando Cafés de la Muerte en Washington.

“Trabajaba en un hospicio y pronto me di cuenta de que para muchas de las personas con las que lidiaba, esa era la primera vez que tenían que hablar del final de la vida. Me pareció una lástima”, dijo Heidbreder.

“Uno de los paralelos entre el nacimiento y la muerte es que hace poco más de 100 años todos estaríamos muy familiarizados con lo que son los nacimientos y la muerte”, comentó. “Hubiéramos visto a familiares y vecinos atender a personas que dan a luz y a familias en las que alguien se está muriendo. Ahora no estamos expuestos a estas cosas”.

Heidbreder dijo que el coronavirus está cambiando un poco las cosas. Ahora ofrece cafés virtuales semanales y admite personas de todos lados, no solo de Washington. Dice que muchos trabajadores del campo de la salud se apuntan.

“El COVID nos obliga a lidiar con la muerte”, acotó J. Dana Trent, profesora de religiones mundiales en el Wake Tech Community College de Raleigh, Carolina del Norte. Pastora bautista, fue capellán de un hospital en el que asistía a unos 200 pacientes terminales por año. Escribió el libro “Dessert First: Preparing for Death While Savoring Life” (Primero el postre: Cómo prepararse para la muerte mientras se saborea la vida), publicado en el 2019 y que ofrece recomendaciones para que la gente encare la muerte con una actitud positiva.

“Me alegro de que el COVID haya hecho que la gente tome conciencia acerca de la posibilidad de morir. Nadie sale vivo de esto”.

(infobae.com)