Por Jesús Mejía

Mérida, Yucatán.-18 de noviembre de 2023.- En el hospital T-1 del IMSS todos los días personal médico y de enfermería libra batallas por la vida, en las que cientos de pacientes buscan aferrarse a la existencia, la mayoría lo consigue, otros no.

En los corredores, camas y la abarrotada área de urgencias son frecuentes los ayes de dolor, los gritos surgidos del silencio de quienes requieren un bálsamo, un poco de alivio.

Por sus venas corren suero, soluciones salinas, antibióticos, analgésicos y calmantes para el sufrimiento.

Incesantes, los enfermeros miden la presión arterial, la glucosa, la temperatura, oxigenación, además de que proporcionan cómodos, sondas y recipientes para la orina.

Son ángeles blancos, porque comprenden la condición humana y proporcionan consuelo, una gran dosis de alivio y calidez en medio de la desgracia.

Los pacientes son seres muy vulnerables, víctimas de accidentes y los más pagan las consecuencias de la diabetes, trombosis, arterioesclerosis, insuficiencia respiratoria y cirrosis hepática, entre muchos padecimientos crónicos degenerativos. Estadísticamente, entre ellos se cuentan más hombres que mujeres.

En el hospital de tercer nivel, ya que es de especialidades, es intenso el movimiento del personal médico, de enfermería, de camilleros y de las áreas de rayos equis, ultrasonido, tomografía y pruebas de laboratorio, además de la farmacia, la consulta externa y los temidos servicios administrativos por su carga burocrática y lo dilatado de las citas para los consultorios.

La saturación de pacientes, más las áreas de maternidad y pediatría, es mayor en la T-1 desde la desaparición del Seguro Popular y el fracaso de llamado Insabi, cuyo nombre no vale la pena recordar.

Es un centro médico neurálgico a nivel regional, ya que desde hace 61 años atiende derechohabientes provenientes no sólo de Yucatán, sino de Quintana Roo, Campeche, Tabasco y Veracruz, un verdadero hormiguero humano de cerca de un millar de trabajadores que seguido se ve rebasado por la demanda.

Oficialmente el complejo se llama Hospital General Regional No. 1 “Lic. Ignacio García Téllez” inaugurado el 18 de enero de 1962. Con el tiempo, el “T-1” –como lo identifica la gente– se convirtió en el nosocomio federal más importante de Yucatán.

Generalmente las camas del área de urgencias están ocupadas, por lo que los demandantes deben esperar en sillas, en los pasillos.

Los médicos hacen lo humanamente posible para proporcionarles alivio y medicamentos y, si es necesario, servicios de cirugía y los cuidados postoperatorios.

En ese ambiente hospitalario, también las vidas dependen de la fe y la oración. En una de las ventanas del tercer piso, la familiar de un paciente dejó hace dos años un rosario o camándula, quizá con el propósito de dejar consuelo y esperanza. Sus 50 cuentas y un diminuto Cristo son mudo testigo de incontables casos de sangre, sudor y lágrimas.

Un hombre presenta una lesión inverosímil: el globo ocular izquierdo está fuera de su cuenca por un tumor y desde hace cinco meses espera por una intervención quirúrgica. Los especialistas están por determinar el lugar y fecha de la cirugía, incluso consideran enviarlo a la Unidad Médica de Alta Especialidad (UMAE) o al hospital del IMSS de La Raza en la Ciudad de México.

En otra cama un hombre de avanzada edad se enfrenta a una insuficiencia pulmonar y sus hijos están a su cuidado las 24 horas.

Otro anciano perdió la vida tras agotarse todos los recursos para salvarlo. Pese a los esfuerzos médicos, tuvieron que amputarle la pierna derecha producto de una gangrena, más el cuadro de complicaciones derivado de la diabetes, una de las principales causas de defunciones.

Más allá, en otro corredor, se escriben en expedientes médicos medidas para salvar a una joven que quedó maltrecha víctima de múltiples fracturas a raíz de un accidente con una motocicleta.

Así se van tejiendo vidas de dolor, angustia y sufrimiento. Los familiares oran y los enfermeros y enfermeras, así como los doctores, buscan contribuir a que los pacientes salgan por su propio pie.

Son los mismos héroes que se enfrentaron a la pandemia del Covid-19 y siguen al frente desafiando las secuelas de padecimientos y lesiones.

Cierto, no falta un negro en el arroz. Sin embargo, la mayoría de las veces estos servidores de la salud no reciben muestras de gratitud, porque para ellos nada es más gratificante que salvar vidas.

El rosario continúa en su lugar, mudo testigo de incontables casos de dolor y sufrimiento, y también refugio de fe y esperanza.

(LectorMx)