Mérida, Yucatán.- Indigentes, vagabundos, desconocidos y quién sabe quién más… restos de gente que no tenía familiares, muertos a los que nadie lloró, yacen dentro de bóvedas en las que meten hasta tres cadáveres, en un espacio que, de largo y ancho bien equivale a la puerta de una recámara de una habitación en una casa de interés social.
Es la fosa común del cementerio Xoclán -el más grande de Mérida– cuyas características la diferencian de otras: no es un enorme hueco donde se tiran los restos de los muertos de nadie, sino lápidas, cuya simétrica disposición sigue el trazo de la barda perimetral del panteón, ahí, en el fondo, donde nadie puede verlas.
Si, como se cree, en el Día de Muertos las ánimas salen de sus tumbas, aquí lo único que podrían ver estos desconocidos son la inmensa barda gris, por un lado, y maleza por el otro; ésta es como un muro verde que les impide mirar a zona más nueva de tumbas del camposanto donde yacen unas 33 mil almas, según la Dirección de Servicios Públicos Municipales.
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De lo que nada es sabe es de cuántos cuerpos hay en esta área que, a la distancia, se ve como una enorme y alarrgada masa gris con manchas grises negras y verdosas que el deterioro del cemento va guardando; unas tienen las tapas abiertas y vomitan yerbas; en otras, se asoman bolsas blancas que guardan los restos humanos.
Se solicitó el dato exacto de cuántas personas están enterradas ahí, tanto a la Dirección de Cementerios, como al Registro Civil y se intentó contactar a la Fiscalía General del Estado (todos involucrados en el proceso de inhumación de cuerpos de personas desconocidas o que no tienen familiares), pero no hubo respuesta.
Un cálculo visual desde arriba revelan que hay unas 1,000 tumbas en esa zona, es decir, en tres de cada 100 bóvedas hay restos de gente desconocida o cuando menos cuerpos que nadie reclamó. La zona está dividida en bloques de 10 por 2 bóvedas, y hay unos 50 bloques.
Las autoridades del cementerio calculan que hay hasta tres cuerpos por bóveda, lo que suma 3,000 almas en pena actualmente, pero no se tiene el dato histórico de cuánta gente ha sido inhumada en el lugar.
Cruces de palo y brochazos
Algunas lápidas tienen sobrios adornos hechos de yeso o cemento, como floreros o ángeles, y están mal pintadas, e e incluso tienen los nombres de quienes se supone están ahí, pero no hay una razón, al menos la autoridad no la dio, de por qué se diferencian de la masa gris “sale” del piso.
Aquí las cruces no son de losa, ni de marmol, y mucho menos de cemento: si acaso de madera que en realidad parecen palos viejos; o simplemente están pintadas con similares trazos accidentados con los que fueron puestos los nombres.
Entrar hasta ahí parece misión imposible porque algunas plantas tiene espinos como guardianes que “atacan” con el intenso aire se sopla en descampado. El camino o andador está cubierto de yerbas que han crecido tanto que obstruyen ya no sólo las piernas, sino el cuerpo entero. Es prácticamente infranqueable, no puede llegarse al final, a menos que lleve uno machete o coa.
Esta es, pues, la zona de cuarta categoría: nadie limpia, nadie pinta y salvo un letrero inicial que “anuncia” el lugar -si es que la yerba crecida lo deja- incluso las zonas están delimitadas letras de brochazos irregulares, lo que contrasta con lo que a varios metros de ahí señalan letreros bien pintados de las secciones: “A”, “B”, “C”… o las más nuevas, como la “O” y “P”.
La fosa común está aún en peores condiciones que las áreas más abandondas del cementerio, y aunque las autoridades bien pudieran escudarse en que aquí, como en cualquier cementerio de los 5 que hay en Mérida, la limpieza es de quien posee el derecho temporal de o perpetuo de la bóveda, ¿quién puede reclamar eso aquí, si las bóvedas son prestadas?
Lo único cierto aquí es que nadie quiere asomarse, ni autoridades, ni deudos (si es que los hay); ni siquiera los muertos y quizás sea mejor así, porque si eso fuera posible se volverían a morir al ver uno de los letreros que “anuncia” la zona: “Fosa Digna”.