Por Eduardo Vargas
Mérida, Yucatán.- Elmy está montada sobre un cocodrilo que, de la cola al hocico, es más grande que ella con su metro y medio de estatura; incluso sus manos son más pequeñas que las garras de la bestia con sus afiladas uñas…
Lo único que en común tiene esta domadora con los cocodrilos es su blanca dentadura…
Elmy Marfil Marrufo, “La Mamá de los Cocodrilos”, prácticamente vive en la granja “Itzamcanac”, en Río Lagartos, a 216 kilómetros de Mérida, Yucatán; ahí, junto con unas 15 personas, cuida de más de 360 animales, entre adultos y jóvenes, a los que trata como hijos.
Minutos antes de subirse al caimán, la mujer había cerrado a la fuerza, con cinta de aislar, las dentadas fauces de otro cocodrilo hembra, con la facilidad con la que enrolla una bola de estambre, para que la bestia, recién parida, no atacara a las más de 40 personas que se encontraban cerca y que presenciaban la recolección de huevos.
La también tesorera de la granja le tienen tal amor a los animales que cuida, que cuando los cocodrilos dejan ese lugar, liberados a la naturaleza para repoblar la especie -uno de los objetivos del criadero-, o cuando alguien los adquiere para la crianza en otras granjas, Elmy llora, sí, llora de tristeza, como cuando los hijos se van…
Pero no son lágrimas de cocodrilo, sino de sentida preocupación: “En la vida silvestre no tienen quién los cuide”, explica, mientras se toma un descanso tras la colecta de huevos 2017, en la que sacaron 145 potenciales crías; algunas eclosionaron (brotaron) prácticamente en las manos de los recolectores.
Da por hecho que, en la granja, los cocodrilos están mejor cuidados que en las bajas selvas de verde intenso de Yucatán: ahí, de 100 huevos que ponen, 95 se pierden; bajo el cuidado de Elmy y sus compañeros, la proporción es exactamente la contraria: 95 se logran y en promedio 5 mueren.
Para ser “La Mamá de los cocodrilos”, Elmy dejó, a los 38 años de edad, un trabajo de oficina en el que estuvo 12 años, y decidió darle un cambio radical a su vida, tal como si se hubiera casado; pero en vez de administrar un hogar de humanos, llegó a poner orden a la granja de cocodrilos, en 2012.
En el inicio del proyecto “Iztamcanac”, la cooperativa recibió dos millones de pesos de apoyo del Gobierno federal, para adquirir 30 cocodrilos de una granja ya consolidada en Campeche; trajeron 25 hembras y cinco machos, y tras el primer apareamiento, fue Elmy quien recibió a las crías.
Para lograrlo, con sus propias manos, en el año 2012, cuando empezó la granja, apoyada por sus compañeros, que inmovilizaron y taparon los ojos a las hembras para que no vieran lo que ocurría, Elmy desenterró los huevos que las cocodrilas habían puesto dentro de una montaña de tierra.
Así, cada año, entre los meses de julio y agosto, los integrantes de la cooperativa recolectaron huevos, vieron nacer a los lagartos, los alimentaron y, gracias esta labor, lograron unos 800 ejemplares, con los prácticamente salvaron de la desaparición la especie moreletti -típica de la región-, que durante algunos años literalmente vivió a la orillas de la extinción.
Elmy, como buena mamá, sabe todo de sus hijos cocodrilos; hasta es capaz de “controlar” el sexo de los animales: una vez sacados los huevos del nido, los colocan en cubetas, los cubren con la misma tierra del lugar donde los sacaron y, por medio de la temperatura, los hacen machos o hembras: 33 grados es la clave; si está más alta, es hembra; si es más baja, macho.
Domina, incluso, el sistema matemático para marcar a los ejemplares, uno de los requisitos para el control del repoblamiento de la especie. Tijera en mano, Elmy explica paso a paso, como si fuera un código maya, el procedimiento para poner número, en la cola, a cada uno de los lagartos jóvenes.
Este marcaje, en la Unidad de Manejo Ambiental (UMA) de Río Lagartos, se hace cuando cuando el animal tiene apenas 2 años, aunque su mordida ya puede arrancar de cuajo un dedo humano.
Después de unas tres horas de ardua labor, ayudando a inmovilizar a las cocodrilas, escarbando la tierra para sacar los huevos, explicando el ciclo de vida de las bestias, Elmy todavía tiene fuerzas para demostrar, una vez más, por qué es una domadora de los cocodrilos…
Cubeta en mano, y con tan sólo un largo palo para “azuzar” al “rey de la reserva”, Elmy llama a “Goliat”, un cocodrilo que, en tamaño es 2.5 veces más largo que ella y quizás 6 veces más pesado: 4 metros y 400 kilos. El lagarto sabe que es hora de comer, y sale de su voluntario “encierro” bajo el agua, muestra sus fauces y recibe carne fresca.
La escena puede ser una moderna versión de La Bella y la Bestia, porque Goliat “sucumbe” ante la voz de Elmy, y ella lo alimenta tan cerca, que quienes presencian el acto no necesitan ser tan perspicaces para advertir que la mujer también es capaz de mostrarle eso que ambos tiene en común: los dientes…
…Para sonreírle.