Mérida, Yucatán.- Imperturbable, sin gestos o expresiones grandilocuentes, el violinista Mykyta Klochkov interpretó de manera impecable los tres tiempos del Concierto No. 1 para Violín y Orquesta de Max Bruch con la Sinfónica de Yucatán.
De su violín, uno fabricando en Cremona hace más de tres siglos, salieron refulgentes, nítidas y acordes de indescriptible belleza que cautivó y emocionó a los asistentes al Teatro José Peón Contreras, en uno más de los conciertos que ofrece la OSY en su actual temporada.
Bajo la batuta de Juan Carlos Lomónaco, el violinista nacido en Kiev, Ucrania, nacionalizado mexicano, mostró las cualidades de un violinista de primer orden, que le permite figurar como concertino de las orquestas Sinfónica Nacional y Sinfónica de Minería.
En tres movimientos, durante 24 minutos, el solista desprendió de su violín corcheas y escalas de gran vigor melódico, pero también tránsito por esos pasajes de sublime belleza, que marcaron con su belleza el alma y memoria de los oyentes, muchos de los cuales desconocían la obra.
Si bien para los amantes del violín señalan los conciertos compuestos por Beethoven, Brahms, Tchaikovsky y Mendelssohnn como los más entrañables, el Concierto No. 1 del alemán Max Bruch no se queda atrás. De hecho, esta obra opaca las demás creaciones hechas por el compositor para ese instrumento.
Vestido con una guayabera negra, sabedor de que “A la tierra que fueres haz lo que vieres”, Mykyta Klochkov se plantó en el escenario y sin aspavientos dejó que la música fluyera por el teatro y cautivara la atención de los asistentes. Juan Carlos Lomónaco, en la batuta, hizo lo correspondiente con la orquesta.
En la parte complementaria, la OSY brilló con la interpretación de la Sexta Sinfonía “Patética” de Tchaikovsky. En el concierto del viernes, se reunieron todos los elementos necesarios para lograr durante más de 40 minutos una soberbia ejecución de la obra: Actitud, sincronía, pasión y precisión.
El tercer movimiento de la sinfonía, el allegro molto vivace, requirió un esfuerzo adicional de los instrumentistas, ya que Tchaikovsky impuso en este movimiento pasajes enérgicos, fortes de estruendo que requirieron la participación de toda la orquesta, en particular del bombo y los platillos. Pese a no ser el final de la sinfonía, el público aplaudió la interpretación.
En la parte final, el adagio lamentoso, la OSY tocó el pasaje que augura el inevitable fin de la vida del compositor con secuencias de inefable tristeza. Dicha sinfonía fue estrenada el 28 de octubre de 1893, nueve días antes del fallecimiento del compositor.
Con esa obra, según algunos biógrafos, el gran Tchaikovsky anticipó su Réquiem, la etapa final de su vida: repudiado por su homosexualidad, toma la decisión fatal de ingerir arsénico seis de noviembre de 1893.
(Jesús Mejía)