No hay duda que las 86 personas, entre ellas niños, muertas en Siria en medio de espasmos y convulsiones que terminaron en asfixia presentan los efectos de un elemento biológico que actúa directamente sobre órganos vitales del ser humano.

Los medios de comunicación y agencias sanitarias como la Organización Mundial de la Salud (OMS) sugieren que se trataría del gas sarín, un tóxico que no se encuentra en forma natural en el ambiente sino que es el resultado de una fabricación industrial.

De él se sabe que fue creado en 1939, en plena Segunda Guerra Mundial, por cuatro químicos alemanes, con lo cual pasó a formar parte del armamento químico del Ejército nazi, al punto que se ordenó la producción en masa durante este evento bélico. Su impacto fue tal que a comienzos de la década de los 50 la recién creada Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN , por sus siglas en inglés) lo clasificó como arma química convencional y dio paso a que en la guerra fría Estados Unidos y Rusia lo utilizaran con fines militares.

Se especula, incluso, que en Chile, durante la dictadura de Augusto Pinochet, se usó este gas contra los opositores del régimen.

En 1993, la Organización de Naciones Unidas (ONU) prohibió la producción y el almacenamiento de este gas -luego de que fuera activado en la guerra entre Iraq e Irán- y lo consideró desde entonces como un arma de destrucción masiva y, de paso, dio la orden de eliminar todos sus depósitos y reservas en el mundo.

Sin embargo, pese a la prohibición, se han encontrado rastros de él en los atentados en Japón (1994 y 1995) y en las guerras de Iraq y Siria.

(www.eltiempo.com)