Por Ernesto Arévalo Galindo
“Elí, Elí, ¿lemá sabactaní?”.
Jesús de Nazaret.
Cozumel, Quintana Roo.- La humanidad afronta políticos desequilibrados, malos gobiernos, guerras, terrorismo, sectas, radicalismos, mafias, migraciones masivas, epidemias, miseria, hambruna, racismo, carencia de ética, decadencia moral, falta de educación, manifestaciones violentas, manipulación informativa y furia de la naturaleza.
Calamidades nuestras de cada día con destino final a la muerte, pero indigna.
Ante la crisis existencial, el mortal ha tenido que mirar al cielo y con lágrimas en los ojos exclamar: “Elí, Elí, ¿lemá sabactaní?” (“Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?”). En todos los rincones de la Tierra, el clamor de misericordia hace eco en nuestras conciencias y en nuestros corazones; sin embargo, la impotencia para actuar en consecuencia es de mayor peso ante el final de los tiempos.
Al principio de la vida, el salmista escribió. Todos los que me ven, de mí se burlan; me hacen gestos y dicen: “Confiaba en el Señor, pues que él lo salve; si de veras lo ama, que lo libre”. (“Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?”). Los malvados me cercan por doquiera como rabiosos perros. Mis manos y mis pies han taladrado y se pueden contar todos mis huesos. (“Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?”).
En su visión, el iluminado transcribió: Reparten entre sí mis vestiduras y se juegan mi túnica a los dados. Señor, auxilio mío, ven y ayúdame, no te quedes de mí tan alejado. (“Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?”). Contaré tu fama a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré. Fieles del Señor, alábenlo; glorifícalo, linaje de Jacob; témelo, estirpe de Israel. (“Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?”).
En el año 33 de nuestra era, Jesús de Nazaret sufrió su pasión y muerte. Lo comunicado, entorno a las últimas horas de su vida, se transformó en profecía, porque los salmos fueron escritos entre los años 1040-966 a.C. Antología de poemas religiosos, una especie de devocionario manual para nutrir la piedad popular judía. Oraciones y meditaciones que el alma fue forjando al hilo de los acontecimientos históricos.
Los salmistas fueron los profetas de la denuncia, cuando los profetas desaparecieron. Los hombres de aquellos siglos lejanos sentían el ansia infinita de justicia y fraternización perfecta, de la verdadera justicia de Dios, para todos los hombres.
Jesús de Nazaret asumió de una forma mística todos los sufrimientos de la humanidad, manifestados en nuestra actualidad. Hambre, se privó del alimento voluntariamente durante 40 días en el desierto. Sed, no quiso tomar nada durante su camino al calvario. Dolor, como consecuencia a la coronación de espinas y flagelación. Abandono, cuando el pueblo que lo alabó y sus amigos que compartieron su vida, lo condenaron y lo negaron, respectivamente.
La humanidad, en sus cinco continentes, padece hambre como consecuencia a políticos desequilibrados, malos gobiernos, guerras, terrorismo, sectas y radicalismos. Hay sed no nada más en la raza humana, sino también en la naturaleza, debido al calentamiento global. El dolor físico está dotado por los genocidios, epidemias y enfermedades, sufriendo mayormente los infantes y los ancianos. El abandono de los países pobres por parte de los países ricos es condenatorio, negando toda ayuda humanitaria.
La pesadumbre agobia al mundo. A diario la guerra en Medio Oriente, a diario el clamor de justicia y libertad en Venezuela, a diario la prepotencia de Donald Trump, a diario la amenaza de Kim Jong-un, a diario los ataques terroristas, a diario un gobierno alejado de los mexicanos, a diario los escándalos políticos en Brasil, a diario los fenómenos migratorios a gran escala después de la Segunda Guerra Mundial, a diario el racismo, a diario el sufrimiento y a diario la muerte. A diario, la muerte indigna.
¿Podemos cambiar la situación? Pregunta difícil de responder, porque tendríamos que empezar por nosotros mismos, pero el tiempo se agota. Los signos de la Bestia están clarificándose ante nuestras miradas, teniendo a millones de cómplices con sus lujurias, perezas, gulas, iras, envidias, avaricias y orgullos.
Entonces a cada mañana y a cada noche, oramos.
“Elí, Elí, ¿lemá sabactaní?”.
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