Por Ernesto Arévalo Galindo

“Las leyes injustas son la telaraña a través de la cual pasan las moscas grandes y las más pequeñas quedan atrapadas”.
Honoré de Balzac, novelista francés.

Cozumel, Quintana Roo.- ¡Ya detuvieron a Tomás Yarrington! ¿Y? ¡Ya detuvieron a Javier Duarte! ¿Y?

Los mexicanos seremos testigos, nada más testigos, de un nuevo “espectáculo” político y mediático durante los próximos días, las próximas semanas y los próximos meses, para saber cómo concluirá un capítulo más de la tragicomedia histórica titulada “Corrupción”, misma que ha sido un rotundo éxito para unos cuantos y una gran desgracia para la muchedumbre, en las últimas décadas.

¿Cuándo nació la corrupción? Los inicios pudieron haberse dado en la época de la Colonia o el Virreinato, que comprendió de 1521 a 1810; periodo en que los virreyes transformaron el ejercicio público, en negocio privado. El hábito, a su vez, se consolidó a través de los siglos hasta nuestros días.

Para Enrique Krauze, historiador y escritor liberal mexicano, el enriquecimiento de los oficiales con sus puestos no estaba mal visto por la Corona; al contrario, propiciaba la “venta de oficios”. En contraste a la actualidad, la vida política de la época era menos opresiva de lo que se cree y su herencia menos decisiva de lo que parece.

Ejemplo, lo fue la institución del Juicio de Residencia. “Cuando los virreyes cesaban en sus funciones o eran transferidos a otros reinos, sufrían un arraigo forzoso para enfrentar, y en su caso reparar, los agravios que hubiesen infringido a particulares o corporaciones. Si el virrey moría en funciones, el resarcimiento recaía sobre su sucesión”.

La Colonia o el Virreinato fueron más democráticos que el sistema político mexicano actual porque ningún expresidente, ningún exgobernador, ningún exalcalde, ningún exsenador y ningún exdiputado, han sido ejemplarmente castigados con todo el rigor de la ley, ni mucho menos han sido obligados a resarcir los daños ocasionados al país y a los mexicanos.

Aclaro que no estoy pluralizando, ya que sería una falta de respeto de mi parte para todos aquellos ex-gobernantes o ex-representantes populares que, con sus acciones y hechos, aportaron a la sociedad su pasión política y vocación de servicio. Inclusive, no dudo que hay políticos en pleno ejercicio de sus funciones que están aportando sus mejores ideas y desarrollando su mejor trabajo, para cambiar el rumbo de nuestra patria.

En las dos primeras décadas del siglo XXI, la corrupción prácticamente ha sido consolidada como la compañía ilícita más difícil de combatir, en comparación a la delincuencia organizada. El dinero es la “materia prima” de los corruptos para comprar conciencias, ideologías políticas e instituciones, estas últimas públicas y privadas.

La corrupción tiene un excelente mecanismo que le ha permitido “oficializarse”: las elecciones. ¡Pagar para llegar! ¡Llegar para robar! No hace muchos años, los gobernantes aún empleaban recursos para obras públicas como método de vida permanente para los gobernados, en el marco de la cultura de la ilegalidad.

En 2016, la voracidad de los delincuentes de “cuello blanco” acaparó todo en los Estados; las noticias empezaron a ser escandalosas. Desde un simple papel para baño hasta toda una infraestructura gubernamental, sin omitir, el nivel de vida de las esposas, el enriquecimiento brutal de familiares y el nuevo “estilo de vida” de sus más cercanos colaboradores. Toda una red de podredumbre.

El 1 de diciembre de 2012, México empezó a vivir “oficialmente” una de las peores épocas de descomposición política, moral y social encabezada por Enrique Peña Nieto, acompañado por los gobernadores, entre ellos a los que el propio Ejecutivo federal calificó como la “nueva generación del PRI”, refiriéndose a los Duarte (Javier, ya detenido, y César, prófugo) y Borge (en veremos).

Durante un reciente acto político en Los Pinos, el Presidente de México trató de enmendar las palabras dichas hace cinco años, al afirmar que las detenciones de Tomás Yarrington y Javier Duarte son un “mensaje firme contra la impunidad”. Le bastó poco menos de un minuto para “glorificar” al priismo. Le bastaron aproximadamente tres minutos para “glorificar” su proyecto anticorrupción.

El trabajo periodístico presentado por Ciro Gómez Leyva, con base a la fotografía oficial de la asunción de Enrique Peña Nieto como Primer Mandatario de la Nación, en donde aparece con 19 gobernadores del PRI que, con el transcurso del tiempo traicionaron a la nación, ha sido un severo y certero golpe mediático a las aspiraciones electorales del priismo en 2017, con miras al 2018.

Literalmente puros delincuentes, pero de “cuello blanco”.

El Estado como la vasta maquinaria de la corrupción.

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