Por Eduardo Vargas/reportero
Mérida, Yucatán.- El hombre sin piernas se detuvo en medio de la calle cerrada al tránsito, de frente a una oleada de personas que, como hormigas, iban y venían sin voltear a verlo. Un sombrero sobre el piso, en el punto medio entre las 2 ruedas de su silla, ‘invitaba’ a la limosna…
El tiempo que duró la canción que interpretaba con la ayuda de su guitarra, 3 personas -de las decenas que lo esquivaban- depositaron algunas monedas el sombrero blanco con lienzo negro, mismo contraste del nombre del que puede ser considerado, si no el evento más importante de la cultura en Mérida, si el más concurrido: La Noche Blanca.
A 2 cuadras y media de ahí, un hombre con tambor y trompeta tocaba la ya famosa y pegajosa “Despacito”, que no ilustraba el paso, más bien rápido, de las personas que buscaban, la mayoría desorientadas, incluso con mapas y programas en el mano, algún espectáculo atractivo de la 10a edición del evento, en sus 5 años de existencia.
Cerca del trompetista, una mujer pasaba el sombrero -a contracorriente- queriendo atrapar una voluntad y, como resultado, una moneda. Pero casi nada o muy poco ganaba, salvo un enojo porque un periodista la videogrababa. En ese momento, con el sombrero azuzó al reportero para pedirle que no hiciera tomas, y que mejor le diera dinero…
Estos personajes son sólo 2 de los olvidados de La Noche Blanca, un banquete cultural del que ellos no forman parte, ni en lo artístico, ni en lo monetario. Ellos no están invitados, como sí lo estaban los funcionarios que, en ese momento, recorrían a pie las calles buscando la foto que los mostrara cercanos a la gente. Era un breve baño de pueblo, total era sábado y tocaba.
Entre todos esos hombres (y mujeres) de blanco, el diputado federal Sergio Mayer, se robaba -sin saberlo- decenas de miradas de damas indecisas, quienes no sabían si acercarse a pedirle una selfie o que bailara como cuando lo hacía en el show “Solo para Mujeres”.
El legislador, de fina ropa de lino blanco para no desentonar con el alcalde Renán Barrera Concha o la secretaria de Cultura, Erica Millet, accedía a las fotos como en sus mejores tiempos de actor.
El contraste entre los limosneros y el propio Mayer demostró, en un parpadeo, que se equivocó en su discurso: dijo que este tipo de eventos no eran “franquicia” de los políticos, sino tesoro de la gente… pero habría que disculparlo porque quizás nunca se refirió a quienes, a pesar de estar rodeado de “arte a tope”, no podían disfrutarlo porque debían rascar una vieja guitarra o golpear un vetusto tambor para ganarse unos pesos.
Pero eso no importaba porque era noche de fiesta: 180 diferentes eventos culturales -música, danza, teatro, performances, etc-, 33 galerías abiertas, 900 artistas (a muchos de los cuales sí les pagaron y bien), cifras que más que un bufete cultural convertieron La Noche Blanca en una suerte de empacho porque, simplemente, no fue posible acudir a más de un evento.
Para empezar, la distancia; cierto: había algunos tan cerca como la Plaza Grande y El Olimpo o La Casa de Montejo, pero incluso solo un inexplicable golpe de suerte -o una “charola”- podía librarte de hacer largas filas; tan sólo en el evento de la casona de los fundadores de la ciudad, la gente enfilada daba la vuelta hasta la calle 60.
Ya no se diga esperar las famosas “guaguas”, que si bien estaban programadas con frecuencia suficiente para no demorar mucho entre un punto y otro estaban a merced de los cuellos de botella por el cierre parcial de calles, en medio de un sábado de fechas prenavideñas. La locura.
¿Llegar a tiempo al otro evento? Imposible.
Pero nos adelantamos un poco: porque para llegar hasta este punto primero fue necesario que miles de personas llegaran hasta el Centro; tenías de 2: o te aventabas a tomar un autobús para no atorarte en el tráfico denso, o llevabas tu automóvil y lo dejabas a más de 5 cuadras no sólo para evitar la frenética búsqueda de estacionamiento, porque, después de las 7 de la noche, ya no había lugar en los más céntricos.
¿Caminar era opción? ¡Claro! Es hasta saludable, pero ocurrió que te topaste con algún espontáneo espectáculo callejero alrededor del cual la gente se arremolinó la sin importarle que no dejaba espacio para que los que no querían verlo circularan; por supuesto, ahí los organizadores ni siquiera pensaron en policías (o staff) que “controlara” el tránsito peatonal. Ir a pie fue más tardado que tomar la guagua…
Pero, insistiremos, ¿esto qué importa? Esta es La Noche Blanca, la misma que puedes pasar yendo de un lado a otro buscando llegar a tiempo a un espectáculo y que no importa cuánto hagas, llegarás tarde a uno de los dos… y eso si lo logras. Nada es imposible, pero entre uno y otro debe haber por lo menos hora y media. Aún así que no podrás ver más de 2 o visitar con calma una galería. El tiempo no es suficiente.
Es una lógica matemática que los creadores no han entendido…
Esta es La Noche Blanca, en la que puedes pasarte más tiempo haciendo fila que viendo espectáculos o recorriendo galerías… en la que quedas atrapado aun cuando estés transitando entre calles y teatros o centros culturales.
La misma donde al guitarrista y al trompetista que pasaban el sombrero se les ha “unió” (en sentido figurado, porque ocurrió una o dos cuadras más lejos de ellos) un niño de unos 10 años que demostraba sus dotes de bailarín, a ritmo de guaracha. Él tampoco era un invitado a la “cena prenavideña” cultural, pero es posible que su sombrero estuviera más lleno que el de los limosneros, por él sí logró que la gente lo volteara a ver e incluso lo animara con aplausos.
Esta es La Noche Blanca, en donde, a espaladas del ¿cantante tropical en ciernes? No faltó quien soltara la clásica frase “tiene ritmo el chavito”… sí, por supuesto, lo tenía (y lo tiene), pero le hacía falta dinero y, por eso, también tuvo que ganárselo sin disfrutarla. Sin duda, fue un olvidado más de La Noche Blanca que, afortunadamente, solo es una…
… Y ya amaneció.