Por Jesús Mejía (Crónica)

Mérida, Yucatán.- En triciclo, tres miembros de la familia acomodados en la canastilla con la efigie policromada en yeso de la Virgen de Guadalupe, de 1.70 de alto, recorrieron los 23.5 kilómetros de Acanceh al santuario guadalupano en Mérida.

Sudoroso, a unos metros del atrio del templo, el hombre de los pedales permite que capten imágenes de su imagen pétrea, a quien señala orgulloso como la “Reina madre” que resalta por su estatura, mayor que la media de quienes habitan las tierras del Mayab.

Que salió con la familia desde las cuatro de la tarde de la cabecera municipal, que hizo el recorrido en siete horas únicamente por devoción y tradición familiar que heredaron padres y abuelos paternos, expuso el varón al filo de las 23:00 horas, cuyo nombre prefirió omitir a cambio de dar cuenta de su fe en la Virgen Morena.

Don Luis es un corredor solitario de 55 años que hizo su propio trayecto a trote desde la zona de Caucel hasta la Parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe engalanada con banderines, globos y ambiente de fiesta popular en los alrededores del barrio de San Cristóbal de Mérida, en ocasión de su día.

El corredor comenta que es devoción el acudir al santuario cada diciembre desde que era joven, pero desde hace cuatro años prometió que lo haría en el aniversario guadalupano, “hasta que el cuerpo aguante, hasta que la Virgen quiera” en correspondencia a favores recibidos en su familia sin detallar el motivo.

Historias como las anteriores se enlazan por cientos y miles en torno al santuario en el Centro Histórico, el más importante de la península, a donde acuden ríos de gente provenientes de Chiapas, Veracruz, Tabasco, Campeche y Quintana Roo, además de los municipios del estado, sin faltar las colonias de esta ciudad.

Al filo de las 12 de la noche sonaron las tradicionales “Mañanitas” con los acordes de un mariachi contratado en la colonia Pacabtún. Un poco antes, lo hicieron integrantes de la banda musical “Aires de Oaxaca”, unos 11 instrumentistas de ese estado con sus platillos, tuba, trombones, tarolas y clarinete.

De manera paralela a la solemnidad de las ceremonias religiosas, el relajo, la fiesta.

Mientras el padre pedía a los feligreses responder en varios pronunciamientos “Virgen santísima, intercede por nosotros”, fuera, en la lateral un conjunto musical entonaba “sua-ve-cito, sua-ve-citoooo” a decenas de parejas que desarrollaban sus habilidades en el baile.

Ambiente de romería, de jolgorio popular es lo que persiste también en el barrio, pletórico de puestos de comida, lo mismo de carnes fritas, papas, tamales, esquites, marquesitas y frutas con chile, que carruseles y otros juegos mecánicos.

A la gran comilona, se suma la vendimia, comercio de imágenes de Cristo, la Virgen de Guadalupe, San Judas Tadeo y de otros santos, mientras siguen llegando devotos en bicicleta, a pie, a trote y en camiones de carga y de transportes en calles aledañas.

La gente se arremolina en el atrio con la idea de escuchar algunas palabras del párroco, rezar dos o tres oraciones y dar cuenta de su fe a la Virgen de Guadalupe en su día, cuya imagen se encuentra en el altar mayor de esta iglesia atestada de arreglos florales.

Sin importar el ruido, el estruendo de la música de cumbia y salsa, alrededor del templo yacen dormidos peregrinos que, exhaustos, acudieron a rendir culto, envolverse en cobijas y dormir sin importar la gente, el estruendo.

En un rincón de la iglesia hay un letrero que advierte: “Respeta tu iglesia. No hagas aquí tus necesidades”, donde duerme un devoto, lejos de su casa, pero cerca de la Madre de todos los mexicanos, reflejo de una fe, de una necesidad de protección ante las carencias y dolores de la vida diaria.