Mérida, Yucatán.- La localización de cinco grupos arquitectónicos, uno de ellos de uso ritual, así como el descubrimiento de una mesa de piedra, con representaciones de cautivos en sus cantos, y un disco de pirita —estos dos últimos elementos que datan, respectivamente, de entre los años 900 y 1000 d.C. y 850 y 1200 d.C.—, son algunos de los hallazgos registrados en la Zona Arqueológica de Chichén Itzá, como resultado de la colaboración entre el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) y el Gobierno del Estado de Yucatán.

En el espacio que media entre los conjuntos conocidos como de las Monjas y Serie Inicial, a través del proyecto dirigido por los arqueólogos José Osorio León y Francisco Pérez Ruiz, del Centro INAH Yucatán, se ubicaron los cinco grupos arquitectónicos mencionados, como parte de un estudio del patrón de asentamiento de la urbe prehispánica maya.

Cada uno de ellos aloja, a su vez, decenas de estructuras en las que investigadores emprenden mapeos y registros gráficos y planimétricos, entre otros procedimientos, los cuales combinan la tecnología LiDAR (acrónimo de Light Detection and Ranging, es decir, detección y medición a través de la luz que penetra la vegetación) con el trabajo de exploración en tierra.

“Cuatro conjuntos parecen ser habitacionales, mientras que uno, dado que posee una pirámide pequeña, de alrededor de cinco metros de alto, un cuarto doble en su parte superior y una escalera asociada, nos indica que pudo haber tenido un uso ritual”, informó el arqueólogo Francisco Pérez, al explicar que aún está por definirse si este grupo ceremonial estuvo asociado a Serie Inicial o funcionó de manera independiente.

Para los especialistas, conocer conjuntos habitacionales como estos, vinculados a una rejollada que habría sido usada con fines de cultivo, significa saber más de la población común que habitó las ahora zonas arqueológicas, y de la cual se sabe muy poco.

“Cuando el Instituto Carnegie hizo el primer levantamiento de Chichén Itzá, en los años 30, cubrió los conjuntos más grandes y no detalló en los pequeños grupos intermedios”, refirió al comentar que, hoy día, el objetivo es justamente llenar esos espacios del mapa en los que yace “la antigua mancha urbana de Chichén Itzá”.

El arqueólogo José Osorio añadió que una ventaja del proyecto es que, al realizarse en áreas no accesibles a la visita turística de la zona, permite a los expertos tener un control total de la exploración de los edificios: facilitando su excavación cuidadosa y el mejor entendimiento de sus derrumbes. “Así podemos recuperar los elementos iconográficos de las fachadas y rearmarlos como si se tratara de grandes rompecabezas”, ejemplifica.

De este modo, además del estudio del patrón de asentamiento, el proyecto también se aboca a la exploración y consolidación de tres estructuras del conjunto de Serie Inicial: la Galería-Patio de la Luna; un altar ubicado al centro de la Plaza Sur del conjunto; y el interior y la fachada este de la llamada Casa de los Caracoles, que forma parte del Palacio de los Falos, una importante residencia de elite de la antigua Chichén Itzá.

Estos frentes, que se retoman a más de 10 años de sus primeros análisis, emprendidos por el doctor Peter J. Schmidt (1940 – 2018), incluyen labores de conservación especializada, a cargo de la restauradora del INAH Natalia Hernández Tangarife, los cuales, a su vez, aportan ya notables hallazgos.

Ejemplo de ello es la citada mesa de piedra, que se ubicó reutilizada como banqueta dentro de la Casa de los Caracoles. Mide 1.66 metros de largo por 1.27 de ancho, y se integra por cuatro cuadrados simétricos que, una vez unidos, revelan una escena en sus respectivos cantos exteriores, en la que aparecen 34 personajes tallados.

“Hasta ahora es la única mesa de piedra, con estas características y aún con restos de policromía, que hallamos en Chichén Itzá”, destacó Osorio al narrar que, de la treintena de individuos, 18 representan cautivos que aparecen atados de manos con una soga, en tanto que los 16 restantes son sus captores, ataviados como guerreros.

La pieza —cuya antigüedad aproximada está entre los años 900 y 100 d. C.— debió pertenecer a alguna construcción previa, la cual no se ha localizado dentro del conjunto de Serie Inicial. Cabe anotar que los investigadores han observado la existencia de lo que parecer ser una ‘banqueta’ adosada a un muro de la Casa de los Caracoles, pero que podría tratarse de otra mesa similar, la cual es explorada por los arqueólogos, en tanto consolidan la Casa de los Caracoles, mediante la numeración, el dibujado y clasificación de cada una de las piedras que los milenios han derribado de ella.

Otro hallazgo registrado es el de la Galería-Patio de la Luna —colindante con el Palacio de los Falos y la Casa de los Caracoles—, donde se han encontrado vestigios de otro caso poco visto en Chichén Itzá: un amplio salón de columnas con una techumbre plana que estuvo sostenida por vigas de madera y tenía aplanados interiores estucados. Fragmentos de cerámica asociados apuntan que dataría del año 900 d.C., aproximadamente.

Francisco Pérez detalló que se han liberado 16 de las 36 columnas que sostenían el techo, cada una de dos metros de alto, así como fragmentos de piedra con estuco, de casi 30 centímetros de grosor, que habrían pertenecido a la techumbre. Este inmueble debió facilitar el desarrollo de ceremonias o reuniones colectivas, a diferencia de los espacios abovedados, que, al ser estrechos, no permitían las aglomeraciones.

El equipo que labora en todos estos frentes está formado por los arqueólogos César Torres, Abimael Cú, Alfonso Argueta, Nelda Marengo y por el arquitecto Emilio Fernández; también colaboran la doctora Socorro Jiménez y Mariza Carrillo en el estudio cerámico. Además de jornaleros y albañiles de los pueblos de Xcalakoop, Tohopkú, Pisté y Yaxuná.

Avanza conservación de estructuras

En la ciudad “a la orilla del pozo de los brujos del agua”, una prioridad es su conservación, por ello, una parte del recurso invertido se destinó, tras la deliberación colegiada de arqueólogos, restauradores y autoridades, a la atención de tres estructuras: el Juego de Pelota, la Iglesia y la subestructura del Templo de los Guerreros.

De acuerdo con el arqueólogo Marco Antonio Santos, director de la Zona Arqueológica de Chichén Itzá, la decisión se basó también en múltiples diagnósticos que, como parte del Plan de Manejo del sitio, se realizan desde 2010.

Se partió de problemáticas como la que presentaba el Templo de los Guerreros, en cuya subestructura (no accesible al público por motivos de conservación) existen una serie de columnas y esculturas policromas, las cuales tenían afectaciones en sus pigmentos por la presencia de sales y humedad.

Coordinadas por la restauradora Claudia García, las acciones para atender esa situación consistieron en la desalinización de los vestigios, así como en la fijación de los pigmentos a sus sustratos pétreos, mediante el uso de nanopartículas de hidróxido de calcio.

Asimismo, se colocaron medidores para registrar cambios en el microambiente, y se levantó, con el uso de una plataforma de apoyo, la escultura de un Chac Mool que se resguarda en este templo, para que su base no acumule humedad.

Fue durante este proceso de atención, el cual incluyó la impermeabilización de la parte superior del edificio, que se halló un disco de pirita —de 30 centímetros de diámetro—, como pieza única de una ofrenda que pasó inadvertida cuando el Instituto Carnegie exploró la edificación, una de las más representativas del estilo maya-tolteca que distingue a Chichén Itzá.

“Estos discos eran objetos importantes para la élite maya, en Chichén Itzá se han encontrado tres que se resguardan el Museo Nacional de Antropología, el ahora localizado es el cuarto”, refirió Santos al precisar que, actualmente, el disco, que se estima data del periodo Posclásico Temprano (850 y 1200 d.C.), se atiende en el Taller de Restauración del Centro INAH Yucatán.

Un rasgo que destaca en los dos frentes de conservación restantes: el Juego de Pelota y la Iglesia, es que se trató de proyectos, coordinados, respectivamente, por las restauradoras Claudia Ocampo y Karla Martínez, que incluyeron la socialización de sus acciones, dado que, al ser ambas estructuras icónicas en la visita turística de la zona arqueológica, se decidió que el trabajo de conservación fuera visible al público.

En el Juego de Pelota, la prioridad fue atender las dos banquetas del edificio, cada una de las cuales mide 95 metros de largo, ya que la lectura de sus relieves se veía afectada por factores como la presencia de microorganismos y humedad.

Por ello, se creó un dren que evitará que la lluvia se vierta en las banquetas desde la parte alta del juego. Asimismo, se limpiaron los relieves para retirar microorganismos, al tiempo que intervenciones anteriores basadas en cemento fueron sustituidas con cal, el cementante que usaban los antiguos mayas en sus edificios.

“El equipo de restauración también reintegró algunos fragmentos de los relieves que se habían desprendido con paso el tiempo, lo que ahora permite que el público tenga una lectura visual continua del Juego de Pelota”, precisó el arqueólogo.

En tanto, en la edificación denominada la Iglesia, una de las más tempranas del área nuclear de Chichén Itzá, pues data de entre 600 y 800 d.C., estimación basada en el estilo Puuc que lo caracteriza, se logró su conservación total.

Lo anterior fue posible mediante el retiro de recubrimientos y juntas de cemento colocadas en décadas pasadas, reemplazándolas por mezclas basadas en cal; se estabilizaron estucos y pigmentos; a la vez que se hizo un impermeabilizado con cal y alumbre.

“Este monumento, que aparece en litografías desde el siglo XIX, es ahora el primero de la zona arqueológica que está 100 por ciento estabilizado, por lo que ahora goza de una imagen uniforme y sabemos que, por muchos años, solo requerirá mantenimiento menor”, finalizó Marco Antonio Santos, tras resaltar la necesidad de seguir impulsando proyectos integrales, que hermanen la conservación y la investigación en Chichén Itzá.

(Comunicado)