Por Jesús Mejía

Mérida, Yucatán.- Los ambientes de fiesta, de relajamiento y de alegría son parte también de la idiosincrasia de los yucatecos y ha sido una constante en los carnavales desde sus inicios en tiempos de la Colonia hasta el siglo XXI.

Las carnestolendas o fiestas de la carne como expresión comunitaria o popular han sido organizadas bajo el escrutinio de la autoridad y, aunque han transcurrido entre el decoro y el desenfreno, siempre han estado vivas pese a las adversidades del entorno nacional y mundial.

Al igual que las tradiciones y costumbres, los carnavales tienen su origen en el sincretismo cultural, en la fusión de elementos españoles, caribeños, africanos con los indoamericanos. De ahí que los saraos, bailables, mascaradas que tuvieron lugar en siglos posteriores a la conquista se convirtieron en fiestas populares, en carnavales.

Algunos historiadores sugieren que el gobernador don Guillén de las Casas inició entre 1578 y 1582 en Mérida de los Montejo las carnestolendas para que, antes de la abstinencia severa de la Cuaresma, la gente tuviera una forma de relajamiento y expansión.

En el siglo XVIII, el carnaval se celebraba ya los domingos y martes con gran pompa en la alameda que el gobierno de Lucas de Gálvez construyó, donde participaba la clase pudiente ante la curiosidad del pueblo, en su mayoría indígena.

Las fiestas de mediados del siglo XIX duraban tres días; luego se ampliaron a cinco y para cerrar el ciclo, se dio la costumbre del “entierro” de Juan Carnaval, de acuerdo con datos proporcionados por el Ayuntamiento de Mérida sobre los orígenes de estos encuentros.

Las sociedades la Lonja Meridana, el Liceo y la Unión de la capital de Yucatán dieron más realce al carnaval meridano. Fue el Liceo de Mérida el que organizó por primera vez, a finales del siglo XIX, el paseo del viernes bautizado con el nombre de “corso” o “paseo de fuego”.

Fue un 10 de febrero de 1891 cuando se celebró por primera vez la fiesta de martes de carnaval conocida como “Batalla de las Flores”, promovida por la Sociedad Liceo de Mérida, según anotó Mario Trejo Castro en su libro “Mérida de Zavala”.

En ese entonces, la comunidad celebraba el paso de carros alegóricos jalados por mulas y caballos con variados personajes a quienes arrojaban flores en un ambiente de alegría. De esta manera, las carnestolendas ya atraían a la gente en las calles del centro.

En los albores del nuevo siglo, en el XX, en el predominio del porfiriato, la clase gobernante y pudiente celebra palaciegas fiestas en residencias afrancesadas y salones exclusivos, mientras la comunidad en general encontraba distracción en la celebración de los carnavales.

En 1900 la gente acudía a presenciar el paso de los carros alegóricos alusivos a las culturas orientales, entre ellos los de estilo morisco y egipcio, estructuras montadas sobre carretas jaladas por mulas, de las que hay fotos de antaño que pasaban a un costado del antiguo “Olimpo” (calle 62 por 61).

La columna alegórica pasaba de sur a norte sobre la calle 62 para llegar a la Plaza Grande. Predominaban en las vialidades empedradas los carruajes jalados por caballos o mulas, hombres con sombreros y camisas de manga larga y mujeres con amplios vestidos, tocados y mandiles.

La gente ya se arremolinaba en las calles y los residentes en los balcones para presenciar el desfile, que pasaba frente al palacio del Ayuntamiento con su antigua torre del reloj y luego por la casa colonial de don Domingo Cayetano de Cárdenas, que, después pasó a ser parte de la familia Peón.

“La alegría desbordante de cada pecho se traslucía en los semblantes todos de los meridanos, que en el frenesí de su entusiasmo se empeñaron en hacer resaltar las fiestas justamente reputadas como las primeras en su género de la República”, reseñó un impreso de la época.

En auténtica fiesta popular transformaban a la ciudad las carnestolendas, una distracción en tiempos tan convulsos como los de la Revolución Mexicana, en la que las damas y los niños lucían sus vestidos de gala en carros adornados con flores y lienzos de gran colorido que pasaban frente a los arcos del predio conocido como la “Casa del Alguacil Mayor”.

La Revista de Mérida publicó en 1919 sobre prolongados ambientes festivos hasta en horas de madrugada: “En los bailes de La Unión alternaron más de doscientas parejas. Bailaron lanceros. A las doce de la noche del martes se apagaron y volvieron a encender las luces para despedir al Carnaval”.

En los años veinte las empresas y asociaciones ya participaban de manera activa en las carnestolendas para promover sus marcas y trascender en lo social, de tal forma que desfilaron en 1926 los primeros carros alegóricos motorizados de la Cervecería Yucateca y de las sociedades organizadores como “Viejos Verdes” en 1926.

En los 30´s, un periódico de la época publicó que las carnestolendas entraron en crisis: “Los famosos carros alegóricos que antaño dieran fama a los carnavales de Mérida ayer no aparecieron en lo absoluto. Algún camión descubierto, adornado modestamente; uno que otro auto con telas de colores vivos y eso fue todo lo que hubo que admirar…Hombres que desdicen de su cultura ingirieron licor hasta quedar convertidos en seres idiotizados y ridículos”.

Como una catarsis ante los efectos de la II Guerra Mundial, en Mérida las autoridades dieron un impulso al carnaval, al elegir a los más vistosos y espectaculares carros alegóricos con premios económicos para el primero, segundo, tercero y cuarto lugares por 500, 250, 200 y 150 pesos, respectivamente. El ganador fue de los Henequeneros de Yucatán “por ser un simbolismo genuinamente regional”.

Durante una de las multitudinarias “batalla de las flores” los soberanos de la fiesta marcharon con un elefante. El Círculo de Empleados Bancarios y el Country Club, así como la Unión y el Club Libanés despidieron el reinado de Momo con bailes de máscaras y fantasía.

En 1954 la reina Geny Loría Barrera y sus damas de compañía, así como el Rey Feo, el famoso Chavito I, con su comitiva, apuestan por la inclusión, de tal modo que llevan alegría a los hospitales, entre ellos al O´Horán, al del Niño y al de enfermedades mentales, así como a la Penitenciaría y los centros de asistencia social como los asilos.

Los desfiles tienen los derroteros acostumbrados. La asistencia es ya masiva. Los clubes como el Libanés, el Country y el Campechano organizan sus fiestas de antifaces y máscaras.

Un ciudadano, Antonio Novelo Medina, anotó sobre las carnestolendas en los sesentas: “Realmente era una fiesta muy popular y familiar en que la mayoría disfrutaba de los paseos hasta que la nefasta corrupción apareció con venta indiscriminada de cerveza y se empezó a poner tarimas para promover su venta con la atracción de artistas populares y bailarinas al estilo caribeño”.

“Es cuando se convirtió en una gigantesca cantina y letrina al aire libre. Esto fue el principio del fin del carnaval de Mérida”, sentenció en su escrito.

Sin embargo, en el emblemático 1968 es nombrado José Vinadé Abud como el rey feo con el sobrenombre de Pomponio I –coronado nuevamente en 1974 como Pompidú I– apodo con el que sería reconocido también por sus comparsas de San Sebastián y su carro alegórico con el conjunto de los “Guapachosos”. En esa década, Marcelo Sanguinetti, “Jacarandoso”, se integró al contingente.

En los setentas el carnaval entró a Paseo de Montejo. El diario más influyente del estado publicó en ese año lo siguiente: “Terminó ayer el carnaval de Mérida, más breve que otros años, pero con aspectos positivos, como su circunscripción del Paseo de Montejo en un ambiente de orden en términos generales, que pueden ser la base de un paulatino retorno al rango y categoría de antaño.

“Sin la nota discordante de los desórdenes, accidentes y agresiones que propiciaban la chusma y la deficiente vigilancia en carnavales anteriores, el paseo de ayer, que hace tiempo perdió su genuino nombre de batalla, tuvo sus mejores momentos. Algo nuevo, porque hacía tanto tiempo que brillaba por su ausencia fue el esfuerzo por revivir la “batalla de las flores”, reportó la publicación de febrero de 1974.

Pletórico se vio en 1984 el Paseo de Montejo. El pueblo meridano se volcó en la adoración al Dios Momo y olvidó problemas económicos, sociales y depresiones de cualquier índole. Desde el ex centro deportivo bancarios hasta la glorieta de Santa Ana la gente se arremolinó en torno a los conjuntos musicales que el comité organizador del Carnaval patrocinó para amenizar el martes de batalla.

“Hubo restricción en la venta de bebidas alcohólicas, pero es imposible negar que no se consumió, mucha gente se las ingenió para tomarse sus aperitivos. Hubo muchos muchachos irresponsables que armaron su relajito con globos llenos de agua y tinta vegetal azul para molestar a gente de su edad. Cifras conservadoras indican que la principal arteria de Mérida albergó a poco más de cien mil personas”, reportó un diario.

Mérida vivió en 1994 uno de los martes de Carnaval más concurridos y alegres en varias décadas. Más de cien mil personas colmaron todos los espacios del derrotero del desfile entre el monumento a Justo Sierra y el parque de San Juan para coronar con su participación festiva y policroma la jornada que puso broche de oro a las carnestolendas.

La parada carnavalesca congregó a unos mil 500 disfrazados y 22 comparsas que recorrieron durante tres horas 16 minutos el derrotero. Destacaron odaliscas, rumberos, ninjas, payasos y caballos percherones traídos desde de la ciudad de Puebla por conocida marca cervecera. Atestiguaron la parada el alcalde Luis Correa Mena, su esposa Cecilia Xacur Gamboa y la cónyuge del gobernador, Florinda Peniche Amaro de Granja.

En el inicio del nuevo milenio, una verdadera marea humana fue la que saturó Paseo de Montejo y la Plaza Principal durante el desfile dominical del carnaval 2004. El Comité Organizador señaló que a lo largo del derrotero, desde el Monumento a la Patria hasta el parque de San Juan se congregaron casi 200 mil personas.

Igual que en años anteriores, el lunar del festejo fue que la venta de cerveza fue indiscriminada, esto es, se vendió a menores de edad. Durante el paseo de observó a numerosos jóvenes tanto varones como mujeres bebiendo en exceso. Fue notoria la ausencia de “Jacarandoso” en uno de los desfiles del Carnaval en protesta por el poco apoyo que recibe de las autoridades.

A partir del 2014 el entonces presidente municipal Renán Barrera Concha junto con el comité permanente decidió cambiar, por presión de los empresarios comerciantes y hoteleros, la sede del carnaval. Pasó del Paseo de Montejo a Plaza Carnaval, enorme recinto ubicado en Xmatkuil que alberga el carnaval por cinco días, ubicado al sur de la ciudad.

Aunque en principio fue escasa la participación de los yucatecos al nuevo espacio de las carnestolendas, esta situación con los años ha variado de tal forma que una multitud no sólo satura los días del Corzo, el desfile Tradicional y la Batalla de las Flores, sino los espacios de Xmatkuil destinados para los conciertos masivos.

En los años 2021 y 2022 son obligadas las pausas por la pandemia del Covid-19. El carnaval resiente esta situación, pero también pierde a uno de sus grandes protagonistas, “Jacarandoso”. Las fotos de Marcelo Sanguinetti Briceño son una constante en los carnavales.

Rey en dos ocasiones, 1980 y 2000, “Jacarandoso” había participado año con año en las fiestas acompañado de grandes espalderas, mismas que se convirtieron en su sello distintivo hasta su muerte acaecida el 19 de octubre de 2022, cuando estaba cerca de cumplir 41 años de trayectoria. Sus comparsas sobrepasaban las 400 personas, y fue un maestro de danza folclórica muy querido.

(📸: Mérida de Zavala, Mérida en el Tiempo, así como Mérida Fotografía Histórica)

(LectorMx)