Mérida, Yucatán.- Sentado sobre una tumba de material gris que simula granito, en el cementerio Xoclán de esta ciudad, un anciano golpea de pronto la lápida y dice: “Son mis clientes (…) los conozco a todos”…
No, no está loco: 30 de esas bóvedas están bajo su cuidado y no sólo las limpia y las pinta para Día de Muertos, sino que, durante todo el año, también adorna con flores los escasos floreros de algunas, e incluso siembra plantas, donde se puede; por ejemplo, en el angosto espacio, de apenas cuatro dedos de ancho, entre la tumba y la también delgada “calle” de cemento, que sólo permite el tránsito de personas si van en fila india.
Don “Pil”, como los conocen sus clientes vivos, con un accidentado español por su acostumbrado acento de habla maya, raspa con una lija, una y otra vez, la figura de relieve, que simula un libro, y provoca un sonido que rompe el silencio, a veces sepulcral, del panteón más grande de Mérida: 33,000 bóvedas.
Personaje imaginable en un cementerio, el hombre, de 83 años de edad, lleva más de 30 trabajando ahí, alguna vez para el Ayuntamiento y, de unos años para acá, “por su cuenta”, desde aquel día en que un “hombre malo” quería llevárselo a barrer calles, tan sólo para que cumpliera su ciclo de trabajo y pudiera pensionarse.
Lee también: Los muertos de nadie: un viaje a la fosa común, en Mérida (video)
Pero don ‘Pil’ no aceptó la propuesta. Decidió quedarse ahí hasta el fin de sus días, para limpiar, pintar y adornar con las plantas las bóvedas, y recibir, a cambio, si acaso una limosna: 50 pesos;, o un poco más, cuando los deudos se acuerdan de sus muertos y acuden a visitarlos. Entonces, el anciano hombre recibe “todo el mes junto”: hasta 200 ó 300 pesos, de golpe.
Aunque no le alcanza para vivir y quizás tampoco para morir, pues una “renta” de bóveda cuesta dos mil pesos, por tres años en el panteón donde trabaja, no se queja, ni siquiera porque gasta 32 pesos en pasajes de autobús para llegar por la mañana a su centro de trabajo y regresar a casa, por la tarde.
Pero, en octubre y noviembre, hay días muy buenos, porque la gente acude en mayor medida y frecuencia a los panteones, por el Día de Muertos; don ‘Pil’ lo sabe y se afana: arregla y pinta las tumbas y cobra según el tamaño: simples, así “planas”, 400 pesos. Adornadas, con esculturas, herrería y hasta techos, 1,000 pesos.
Pero también sabe que limpiar las lápidas puede no dejarle ni siquiera para comer: muchas de las tumbas que lo rodean están abandonadas por los vivos, y es imposible saber si algún día regresarán.
Eso sí, está consciente de que nunca faltarán “clientes”, que cada día llegan más, y él estará dispuesto a cuidarlos, porque, mientras viva, su voluntad de servir nunca morirá…