En 2010 un terremoto azotó Haití, dejando a su paso más de 300.000 muertos. Poco después, un brote de cólera se cebó con buena parte de los supervivientes, causando también la muerte de algunos de ellos.
Tres años más tarde, un equipo internacional de científicos publicaba en The American Journal of Tropical Medicine and Hygiene un estudio en el que se analizaban las causas que habían llevado a la aparición de la enfermedad. En un principio podría suponerse que se había tratado de la destrucción de las infraestructuras de agua, a causa del seísmo. Sin embargo, en 2005 tuvo lugar en Pakistán una catástrofe similar, sin estas consecuencias, por lo que debía haber algún otro factor implicado.
El estudio se centra en las causas ambientales y apunta concretamente a la convergencia entre la mala calidad del agua y otros tres parámetros: las temperaturas elevadas, las precipitaciones por encima de lo normal y la alta salinidad del agua.
Ahora, una nueva investigación, financiada por el Programa de Ciencias Aplicadas de la NASA y dirigida por el hidrólogo e ingeniero civil Antar Jutla, de la Universidad de West Virginia, y los microbiólogos Anwar Huq y Rita Colwell, de la Universidad de Maryland, pone aquel trabajo-en el que todos ellos participaron-sobre el terreno.
Satélites para ganar la batalla al cólera
Según la Organización Mundial de la Salud, cada año enferman de cólera entre 1’3 y 4 millones de personas, de las cuales entre 21.000 y 143.000 mueren.
Cuando una persona consume agua o comida contaminada con la bacteria Vibrio cholerae contrae esta enfermedad, caracterizada por la aparición de procesos diarreicos muy intensos y, en los casos más extremos, la muerte.
Es muy común en la África subsahariana y también en algunos países de Asia y América Latina, especialmente en las zonas con poco acceso al agua potable.
Este es el caso de naciones como Yemen, donde los equipos de ayuda internacional a veces no disponen de medios suficientes para repartir los kits de higiene y tratamiento a tiempo para frenar el desarrollo de los brotes que van surgiendo.
Por eso, es tan especial este nuevo proyecto, ya que se basa en la observación desde el espacio de las condiciones ambientales relacionadas con la enfermedad, para predecir qué regiones serán susceptibles de padecer un brote.
Las precipitaciones se miden a partir de datos obtenidos por la misión Global Precipitation Measurement. Además, desde los satélites Terra y Aqua, de la NASA, se recoge información sobre la temperatura del aire y el océano, gracias a las mediciones del espectrorradiómetro de imágenes de resolución moderada (MODIS en inglés).
Finalmente, también se debe medir la concentración de fitoplancton en las regiones costeras cercanas, ya que se sabe que la bacteria puede colonizar la superficie de estos organismos.
Con todos estos datos se realiza un mapa de Yemen dividido en pequeñas regiones, para las que un modelo informático calcula la probabilidad de albergar un brote.
En un principio se trataba sólo de un ensayo, pero en 2017 logró predecir la aparición del cólera en Yemen con un 92% de éxito, llegando incluso a apuntar a regiones en las que normalmente no suelen darse casos.
Esto atrajo la atención de varias organizaciones humanitarias, que decidieron ponerse en contacto con los investigadores. En enero de este año, Fergus McBean, asesor humanitario del Departamento de Desarrollo Internacional de Reino Unido, les propuso implementar todo un sistema de pronóstico del cólera basado en su modelo. Tendrían que hacerlo antes de que llegaran las lluvias torrenciales que abrirían la veda a la aparición de nuevos casos de cólera, por lo que se trataba de una carrera a contrarreloj.
El equipo aceptó el reto y se puso en marcha, en colaboración con UK Aid, la oficina meteorológica de Reino Unido y UNICEF. Terminaron en marzo, justo un mes antes de las lluvias, por lo que se pudo actuar a tiempo para dirigir la ayuda humanitaria específicamente a las regiones con un mayor riesgo.
Tras los buenos resultados obtenidos en Yemen, el siguiente paso de estos científicos será crear mapas de todo el mundo, para la predicción de brotes de cólera en otros países.
Miles de vidas podrían salvarse cada año gracias a este modelo, que demuestra la importancia de la colaboración entre distintas agencias y disciplinas científicas para conseguir un beneficio a nivel mundial.
(Hipertextual.com)