Mérida, Yucatán.- Las fechas de los equinoccios, el 20 o 21 de marzo y el 22 o 23 de septiembre, que se usan para fijar el inicio de la primavera y del otoño de cada año, no eran tomadas en cuenta por los antiguos mayas, y es un mito afirmar que el descenso de Kukulcán en Chichén Itzá sólo se da en esos días.

Con dichas aseveraciones, el arqueólogo Orlando Casares Contreras desencadenó diversas reacciones de asombro e incredulidad entre los presentes a su conferencia “Estudios arqueoastronómicos en El Castillo de Chichén Itzá”, en ocasión del 80 aniversario del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).

La pirámide principal El Castillo, dijo, no debe limitarse como referente astronómicos sólo en el equinoccio, ya que su aplicación entre los antiguos mayas está más relacionada con los ciclos de lluvia y la agricultura, precisó.

Y mencionó que el equinoccio no figuraba ni en el calendario agrícola de los antiguos mayas ni mucho menos de Mesoamérica y, aunque es de un enfoque más occidental, sólo es referente en uno por ciento de los conocimientos astronómicos legados sobre el movimiento de los astros.

“No hay registros históricos prehispánicos de los equinoccios, los cuales tampoco son frecuentes en los trabajos de los arqueostronomía”, señaló el ponente ante un atónito público concentrado en el Museo Regional Palacio Cantón, entre los cuales se encontraban guías de turistas, estudiantes e interesados en el tema.

Contra lo que se piensa, el fenómeno del equinoccio no regía en la vida y cosmovisión de los mayas, insistió Casares Contreras, quien fue más allá al señalar que el descenso de Kukulkán no sólo se da dos días al año sino que también ocurre en otras fechas.

Mostró a los asistentes diversas fotografías del fenómeno de luz y sombra de la serpiente tomadas por Ligia Aguilar Salazar los días 9 de marzo a las 16:24 horas, 19 de marzo a las 16:47 horas, 21 de marzo a las 17:13 horas y el 26 de marzo a las 15:13 horas.

Citó que la estadounidense Laura Gilpin (1891-1979) publicó en 1931 su libro “Temples in Yucatan” con la fotografía de la serpiente en portada, imagen tomada entre marzo y abril de 1932, cuando aún no se establecía relación alguna entre el fenómeno de luz y sombra y el equinoccio de Primavera.

El especialista del INAH expuso, incluso, que la proyección de luz y sombra de los triángulos que forman el cuerpo de la serpiente se da en distintas épocas del año, en unos casos cuatro, otros cinco, siete o los nueve triángulos en total.

Indicó que en los años sesentas un abogado mexicano tomó fotografías de El Castillo que asoció con el equinoccio, relación que hoy representa un atractivo turístico que concentra mucha gente en un mismo sitio el 21 de marzo (por lo general) cuando podría distribuirse en diversos días del año en que ocurre el mismo fenómeno.

El arqueólogo estableció que este criterio del equinoccio inexistente para los antiguos itzáes podría aplicarse igualmente en Mayapán, Tulum y Dzibilchaltún, así como en estructuras de la cultura tolteca como Teotihuacán, donde el fenómeno de luz y sombra realmente se presenta en otras estructuras y no precisamente en la Pirámide del Sol.

Comentó que cada año una caravana esotérica de cientos o miles de personas vestidas de blanco acuden a captar la energía solar a los sitios arqueológicos.

“Si se tratara de realmente de aprovechar la energía, tendrían que vestirse de negro, que es la forma de captar mayor radiación y calor”, ironizó el ponente como parte de su charla ante la concurrencia.

(Jesús Mejía)