Al contrario de lo que ocurre en los peces de superficie, el tejido cardíaco del pez de cueva mexicano no se regenera tras una lesión, sino que se forma una cicatriz. Ambos han participado en un estudio para discernir las claves genéticas de esta diferencia.

Hace mucho mucho tiempo, un grupo de peces vivía tranquilamente nadando cerca de la superficie de los ríos, cuando la disminución de los niveles fluviales les obligó a ocultarse en cuevas profundas, cambiando su apariencia hasta adaptarse a las necesidades de su nuevo hogar.

Esto puede parecer el inicio de un cuento para niños, pero en realidad es el origen de una especie de pez que en los últimos años se ha convertido en objeto de estudio de científicos de todo el mundo, por varias peculiaridades que podrían inspirar procedimientos muy beneficiosos para el ser humano. Se trata del pez de cueva mexicano, un pez de tamaño similar al de los guppies, con el cuerpo traslúcido y una marcada ceguera. Hace tres años inspiró un estudio para el desarrollo de tratamientos dirigidos a saciar el apetito de las personas obesas. Más tarde, su glotonería lo convertiría en la base de un estudio en busca de tratamientos para la diabetes. Ahora, junto a otras especies de pez, se ha convertido en el centro de un nuevo trabajo de investigación, dirigido esta vez a analizar la capacidad de regenerar el corazón que poseen algunas especies.

¿Cicatriz o regeneración?

El objetivo de este estudio, publicado hoy en Cell Reports y llevado a cabo por investigadores de varias universidades británicas, era comparar el genoma de los peces de superficie, que tienen la capacidad de regenerar el tejido cardíaco después de una lesión, y los peces de cueva mexicanos; que, por el contrario, desarrollan una cicatriz en el lugar afectado.

Para ello, tomaron a varios ejemplares de cada tipo y les extrajeron una pequeña porción de su tejido cardíaco en el laboratorio. Pasado un tiempo, los peces de superficie habían regenerado la zona, mientras que en los de cueva la lesión fue sustituida por una cicatriz. A continuación, dejaron que estos peces se aparearan entre sí y repitieron el procedimiento, pero esta vez con su descendencia. El resultado fue muy variado, con distintos niveles de regeneración, por lo que se concluía que la capacidad de regenerar el tejido cardíaco es heredable en estos animales.

El siguiente paso, por lo tanto, era comprobar en qué parte de su genoma residía dicha capacidad. Para ello, utilizaron modelos knock out, en los que se inactivan genes concretos, en busca del efecto resultante, y también una técnica conocida como mapeo de locus de caracteres cuantitativos. Este último es un método estadístico que vincula dos tipos de información: datos fenotípicos (los rasgos que “se ven”) y datos genotípicos (generalmente marcadores moleculares), con el fin de explicar la base genética de la variación en rasgos complejos. Esto permite a los investigadores vincular ciertos fenotipos complejos a regiones específicas de los cromosomas.

De este modo, concluyeron que uno de los principales responsables de este fenómeno es el gen Irrc10, que se expresa únicamente en el tejido cardíaco y es compartido también con los ratones y los humanos. Además, resultaron estar implicados otros tres segmentos de ADN. Sabido esto, el siguiente paso de estos investigadores será identificar cuáles son exactamente los genes presentes en estos fragmentos de material genético que marcan la diferencia entre la cicatrización y la regeneración de tejido cardíaco.

(hipertextual.com)