Mérida, Yucatán.- La emperatriz Carlota visitó Yucatán a fines de noviembre de 1865, es decir, hace 150 años, lo que marcó un parte aguas en la historia política del estado, cuya clase gobernante refrendó en ese entonces su apego a la corona y al conservadurismo.
El historiador Mario Humberto Ruiz consignó la llegada de la esposa del emperador Maximiliano de Austria al puerto de Sisal el 22 de noviembre de 1865, hecho que quedó registrado en una placa colocada “a la grata memoria de la feliz llegada a la Península de la Soberana” que aún puede leerse en esa ciudad portuaria.
Para la escritora e historiadora Martha Robles, en su libro “El Fulgor de los Cetros”, la estancia de la emperatriz en la Península tenía como propósito ensanchar el imperio mexicano hacia la región de Centroamérica, y colocar para ello a Yucatán como enclave de esta política expansionista.
Refiere, al igual que el escritor Fernando del Paso – autor de “Noticias de un imperio”, Premio Cervantes de Literatura- una amplia visión política de la soberana de origen belga, que sin duda influyó en las directrices de gobierno del Segundo Imperio mexicano.
Testimonios mudos de esa visita son unos 40 leguarios – columnas de mampostería que sirvieron de guía a la visitante y su séquito- ubicados en el trayecto de Sisal a Mérida, uno de los cuales se encuentra ya restaurado en la comisaría de Caucel.
La Asociación de Especialistas en Restauración y Conservación del Patrimonio Edificado, A. C propuso el año pasado a las autoridades estatales que dicho trayecto se denominara “La Ruta de la Emperatriz Carlota” con fines culturales y turísticos, ello ante la proximidad de los 150 años de la visita.
Sin embargo, pese a que hace un siglo y medio exactamente la estancia de Carlota en Yucatán implicó paseos, fiestas palaciegas y alianzas con oligarcas, gobernantes y hacendados de Yucatán, ninguna institución cultural ha tomado la iniciativa de apoyar dicho proyecto o de evocar esa fecha histórica.
En sus memorias, a las cuales dio el título de “Relación de Viaje”, Carlota refiere haber salido del Puerto de Veracruz el 20 de noviembre de 1865 sin Maximiliano, quien se quedó en la ciudad de México para atender asuntos oficiales, aunque Fernando del Paso alude a amoríos extramaritales del emperador con una señora casada de la ciudad de Cuernavaca.
La misma visitante describió su viaje en el buque “Tabasco”, la llegada a Sisal, las modestas viviendas de los indígenas mayas, sus techos de paja y hamacas de henequén, los saludos que recibió a su paso en una carroza especial, su pernocta en una hacienda de Hunucmá y el recibimiento con mucha pompa que tuvo al día siguiente en el Barrio de Santiago de Mérida.
La estancia de Carlota en Yucatán se prolongó casi por más de una semana, lapso en el que fue recibida en fiestas palaciegas en lo que hoy es el Palacio de Gobierno y saraos en diversas haciendas, aunque también realizó visitas de conventos y ofreció caridad y ayuda a congregaciones para causas pías, e incluso hay quienes refieren que se bañó en un cenote.
Para el antropólogo y estudioso de la época del segundo imperio y la Reforma, José Luis Domínguez Castro, la clase dominante yucateca sirvió de manera incondicional como súbdita de la soberana, de tal forma que durante su estancia conformó un séquito de damas de compañía y otorgó distinciones aunque no títulos nobiliarios a residentes yucatecos.
El ensayista Antonio Mediz Bolio confirmó la vocación conservadora de la casta gobernante de Yucatán en su libro “A la sombra de una Ceiba”, en el que anotó que tras el fusilamiento de Maximiliano el 19 de junio de 1867 en el Cerro de las Campanas en Querétaro, Yucatán sobrevivió en la quimera imperialista.
Apuntó que a fines de ese año ocurrió en Mérida una sublevación alentada por aristócratas soñadores, que se apoderaron de la fortaleza de San Benito al grito de ¡Viva el emperador!”, que fue reprimida por la corriente liberal.
Con el fin de la monarquía, se decretó la pena capital a todos los funcionarios de la Corona, por lo que ex funcionarios y conservadores que rindieron pleitesía al Segundo Imperio huyeron, como dijera el poeta Renato Leduc, “a los confines de ninguna parte”. (Jesús Mejía)